Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

agosto 01, 2013

El mar



Luis Fernando Gutiérrez-Cardona



Un día mi padre -váyase a saber si movido por los barquitos de papel deshechos que tenía que sacar del tanque de la ropa- me llevó de improviso a conocer el mar. 

Fue extraño: no preparó una maleta ni dijo nada a mi madre. Simplemente me tomó de la mano, subimos a una montaña alta y me dijo: "desde aquí, en el atardecer, se ve el mar".

Mientras el sol caía entre colores,  él hablaba del mar. De lo enorme que era, de las ballenas —tan grandes que una se tragó a Jonás, ya sabes— y de los trasatlánticos. De los buques de guerra y los piratas, de la multitud de peces y de como la gente lo navegaba en balsas como esa de la Kon-Tiki  cuya historia contaba el libro de pastas grises que tenía en su nochero, o en los bergantines de Colón, muy grandes, en los que vino de España y volvió llevándolos llenos de indios empelotos y de papagayos. Me habló del agua salada, de las playas, de las olas,  de los pescadores y de la gente negra que vivía en las orillas, traída en naves de sufrimiento y pena. Y de los paises fantásticos que había al otro lado.

El sol se puso dejando libre el oriente, si era hacia el oriente que mirábamos (no lo sabía entonces pero el mar tendríamos que buscarlo al occidente que estaba cubierto por una montaña demasiado elevada) y a lo lejos se veían, apenas, pequeñísimas luces titilantes que, decía él, eran los faros y las señales de los buques. Yo estrechaba los ojos para ver lo que describía y a fe que ví el mar y escuché el ruido del océano, tal como se oía en la gran caracola que tenía mamá para cuñar la puerta de la sala. Describia con tal detalle que cuando oscureció y brotó una luna llena, bajamos de la cumbre sonriendo los dos, felices imaginando tempestades y jugando al pirata Morgan con su mano de fierro. 

No cabe duda, lo supe entonces y para siempre: el mar era lo que mi padre me enseñó. Esa tarde lo conocí y nada de lo visto luego supera lo que vi ese día. No sabía a lágrimas entonces el agua del mar...

Años después le dije que fueramos al mar. Que yo lo llevaría. Ya en la orilla Papá me dijo: "Gracias mijo, gracias por traerme. Yo no conocía el mar, pero me lo sabía."  Gracias a tí, Papá, le respondí. Y como en aquella ocasión, caminamos sonriendo.


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