¿Y
dónde quedan los derechos humanos de las aves? ¿Más, tratándose de estas
que no son de galpón engordadas con hormonas y subproducto de si mismas,
sino compañeras empolladas en casa, alimentadas con cosas de la mesa y habitantes bajo el mismo techo? No. No hay manera de volver sancocho una persona
de estas. Sería como hacer sudado de hermano. Que mueran de viejas las
hermanas gallinas, los hermanos peces y
las hermanas vacas. Que se absorban en la tierra las hermanas papas y
que no dejen de ser raíces las hermosas zanahorias. Que vivan en paz animales y
vegetales. Que lleven en sus picos los pajaritos a las hermanas frutas.
Que nada coma el hombre, que se extinga. Pues para nada sirve excepto
para servirse a si mismo y para hacer más hombres tristes que harán más
hombres tristes.
Que dejen la tierra en su lugar, en su lugar cada
metal, cada gota de petróleo, cada roca y que del agua no se apodere
nadie. Que el aire no sea tamizado por los pulmones infectos de tabaco
de billones de bípedos estúpidos que luego reclaman ser sanados de lo
que se metieron en el cuerpo. Ni invadido por el humo de
fábricas que hacen cosas innecesarias de lo que se arrebata de la tierra
con violencia.
Que por cada niño que nazca se mate un viejo, así estos
dejarán de hacer de aquellos.
Si no es así, auguro: que en cien mil
millones de años o antes, o después, el sol agigantado nos volverá
comida y nos expulsará, como nosotros hacemos ahora con todo, por su agujero negro.
Si no
creen en mi profecía, esperen. Y verán.
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