Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Hora de sumar y de restar. De sacar las ganancias. De olvidar las pérdidas. De abrir el baúl de las cosas que anidan en la parte alta del corazón, reacomodarlas y sentirlas vivas. De ver qué nuevas llegaron allí y cuestionarse los porqué en silencio. De agregar un poema de despedida si cuando se dijo adiós se dijo adiós con amargura.
Hora de volver al mar. De amarse, de amarnos y de amarte como ola que viene y va y que vuelve. De escuchar de madrugada el viento. Mirar la gélida luna en creciente. Captar el frío de manos inexistentes que otrora fueron tibias. Iluminarse de luces extinguidas, apagadas y algunas —las demás— apenas titilantes. De abrazos vacilantes o no abrazos. De contar los besos no dados y saberse olvido en nuevas partes.
Palabras como besos que llevó el aire y que no regresaron o lo hicieron en forma de desprecio.
Hora del último trago, del primer adiós, de andar ebrio y descalzo el camino riesgoso de regreso mientras se piensa si la mano aleve, salvadora, brillante y afilada, surgirá de las sombras. La consistente realidad del desamor. La posibilidad del odio. La carga alada del cariño. El peso de la vida. El terrorífico camino que aún queda.
Otra vez. El mar. Compañero de charlas solitarias, acogedor de pequeñas gotas primas suyas, recipiente de verdades raudas, borrador de pasos en la arena..
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