Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Quiero sentarme a escuchar música colombiana con una botella de licor y el calor de alguien querido en el entorno. Como antes. Con la crrencia de que soy amado y la seguridad de no molestar. Sin presentimientos. Sin afanes. Sin batallas soterradas y sin alardes.
O encontrar el camino de la huida, cada día más urgente. Mientras esto ocurre no soy capaz de renunciar a mi condición de humano. Quizás soy un mal ser humano, pero humano. Las cosas que los demás pudieron apreciar buenas en mi, carecen ya de significación. No tienen valor ninguno.
Es duro cada noche no quererse dormir tanto como no querer despertar cada mañana. Lo es más cuando cada noche se fracciona multiplicándose el tormento con cada nueva vigilia.
¿Qué hace que sea tan importante vivir? Apercibidos solo como objetos del desprecio o de la humillación. Justificados por el odio al que dio paso un supuesto amor. Valorado por la importancia que tal vez tuvo en su tiempo el bajo vientre. No poder expresar una alegría. No estar habilitado para compartir dolor o enfermedad o angustia. El ser cosa no es gran cosa.
Es triste hacer un testamento emocional. Dejarse llevar por las palabras nunca antes pronunciadas. Protestar con fuerza nunca antes hecha. Comprender que quizás nunca jamás volverán a decirse porque encierran tanto de lo más profundo del ser, que éste no quiere exhibirse. Aquello que durante la vida guardó dejando si acaso dar salida a instantes envueltos en palabras comprensibles solo para si mismo. Es triste mostrar lo que nunca se quiso que saliera a la luz y tener por respuesta una risita que desconoce el drama de quien lo siente. Quiero morir. Realmente.
Tanto esquema mental me enferma.
Desama quien alguna vez supuso amar.
Tan poco espacio a lo espontáneo, a la realidad del ahora, confirma mi teoría de que el que duerme solo no ronca. Y hay un sitio donde hacerlo definitivamente.
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