Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Soliamos sentarnos en un pequeño escalón bajo la ventana afuera de su casa. Traía dos cojines y una ruana. Nos quedábamos alli por horas mirando las estrellas. Millones lejanas y entre ellas un lucero que llamábamos nuestro, muy brillante. Dos muy cercanas en su rostro. Amaba sus manos. Nos besábamos —'que siempre puede el invierno besar la primavera'—. No sabía entonces que el frio le afectaba tanto y que, pobre, una vez que me iba tenía que buscar como calentarse de nuevo. Caminaba de espaldas para mirarla por entre las matas del camino que cruzaba la manzana vacía y unos minutos después estaba llamando desde el teléfono público de la esquina, pues en mi casa aún no habían instalado uno.Creábamos belleza capaz de ser vivida. Eran niños nuestros corazones.
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