Mañana de domingo. Tomo café en el parque. El ambiente es tranquilo tras la semana anual de fiestas que concluyó hace apenas unas horas. Las mesas están dispuestas en grupos de cuatro bajo una sombrilla, cercanía que hace posible escuchar la conversacion vecina. Leo un libro desbaratado que hace parte del legado de un amigo al trasladar su biblioteca. Fabulario, de Hermann Hesse.
Un hombre conversa con otro más joven -tal vez fue su alumno en la universidad-. Al despedirse le dice: "Goce la vida... la juventud vuela". Se lo ratifica varias veces.
Viene y se sienta a conversar con él otro hombre más cercano a su edad, y en medio del saludo le dice: "Ya estoy retirado a mis cuarteles de invierno. Sin nostalgias." Estas últimas dos palabras las remarca alzando un poco la voz. Muy suavemente. Continúan su conversación, elevada, culta. Me desentiendo de ella y meto la cabeza en el libraco de turno.
Me propongo, otra mañana de domingo, aproximármele. Es posible. Lo veo allí, solo en principio, cada semana. Lleva el periódico y curiosea de lejos el libro que siempre llevo tratando de saber de que se trata. Su mirada es una invitación a conversar.
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