Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
En la mesa del lado hay tres hombres y una mujer. El volumen de su charla empieza a subir y fluyen risas. Por sobre ellas se hace audible lo que hablan. Buscan llamar la atención y lo consiguen. Uno de ellos, italiano tal vez o argentino que quiere hacerse pasar por tal, alza más la voz y dice "Soy gay". ¡Ah! El tema de la conversación son las manifestaciones en Madrid, en Roma, en Bogotá. Nuestras miradas se encuentran. "Soy gay" repite alto tres veces y sus contertulios vuelven a reír, alguno un poco forzado. "Está de moda ser gay, agrega en el mismo tono, por eso ¡Soy gay!". Otros también lo miran. Se incomodan un poco. Se paran para marcharse y el tipo se dirige a los de la mesa más próxima a la suya y les dice: "Es por molestar, no crean que lo soy". Pasa por mi lado, mira con cara de complicidad, y repite lo de no serlo. "No se preocupe, Homero" le digo.
Regreso a mi café y a mi libro.
Quedé convencido de lo que era: un perfecto tonto.
Tres pasos después ninguno de los cuatro sonreía, y uno de ellos volteó a mirar y alcanzó a decir "disculpen".
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