Sentado con los pies desnudos a la orilla del río observo como transcurre: el agua se desliza, lleva hojas, arrastra alguna ramas, hace espuma y pequeños remolino. Pasa por sobre las piedras, unas de apariencia lisa y suave, otras arrugadas y puntiagudas. Al agua no le importa: va sobre ellas o las rodea en paz y sin esfuerzo.
No hago nada por caminar. No sé si el río está quieto y es la ribera que se mueve conmigo en ella o si es el río el que, en realidad, se mueve. No camino. Una gota cae y se deshace en cientos de luces contra el suelo antes de volverse río. Una piedra se clava en la planta del pie y me vuelve, por arte de magia, piedra.
Responde con Paz:
"Vuelvo el rostro: no soy sino la estela
de mí mismo, la ausencia que deserto,
el eco del silencio de mi grito."
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