Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

abril 24, 2013

Tango





Luis Fernando Gutiérrez-Cardona

Alcemos nuestras copas
aquí en el viejo bar
que mientras haya amigos
dan ganas de cantar
(Del tango)

Mi hermano me ha enseñado a escuchar tangos. Me lleva alguna vez a oírlos en bares de mala muerte, de mesas de madera y taburetes de palo pintados de amarillo en que ponen copas pequeñitas de vidrio grueso que se sirven de una botella de aguardiente por la que se paga un precio cercano al de su costo.

Bares con foto de Gardel. De olor a orinal gastado envuelto en vapores de alcanfor de las pastillas rojas y amarillas apoyadas en lo que fueran azulejos, cansados ya, contra los que los bebedores de años y años han ejercido presión con la fuerza de sus riñones y sus penes cuidadosamente cubiertos mientras mean. Orinales contra la pared, o paredes que son orinales, tapados, si lo están, por una cortina de tela burda, una cretona floreada o una puerta de batientes descompuestos. Bares de dos putas: una puta vieja y otra joven sentadas en un rincón al fondo, que con un pucho en la mano miran a quienes van llegando. Putas de piernas poderosas y calzones rojos; putas de tres el tiro y dos la pieza, de las que preguntan con educación si el caballero gusta repetir, o me subo los calzones.

En el salón, envuelto en el mismo olor a alcanfor y cigarrillos baratos, hombres recién bañados por chorros de agua fría provenientes de la quebrada vecina o del acueducto veredal lucen sus mejores prendas de dril y acumulan en la mesa botellas de cerveza mientras apenas si conversan. Hombres de rostros cansados, tristes como los de las putas del rincón, pero no de insatisfacción sino de conformidad con lo que les ha tocado. Morenos por el sol. Recogedores de café los más, lustrabotas, mecánicos, coteros de ropa recién cambiada, obreros de la construcción, atracadores en receso, vividores de la vida, mujeriegos y celosos. Hombres de pelo en pecho y remolino en el ombligo. Enjutos, güevones super machos de cuchillo escondido por si acaso. Hermosos si se les mira bien, buena gente —entre ellos—, pacíficos salvo si se sienten ofendidos, propensos a la ira y al intenso dolor causado por la injusta provocación que puede consistir en un pequeño contacto involuntario al pasar, una mirada o una palabra que no llegaron a entender y toman provisionalmente como insulto. Lugares donde la puñalada puede ser porque pensé que me miraba raro.

Un cantinero, solo, atiende, sirve, cobra, vigila y pone discos de 78 revoluciones en un viejo tocadiscos que arrastra las canciones con ese ruido peculiar sin el cual el zorzal sonaría igual que cualquier otro. "Malena baila el tango, como ninguna…" Animado  me atrevo a sugerirle que ponga algo específico -Naranjo en Flor, le pido aprovechando que provee la mesa de agua y de limón.  Se marcha con cara de aburrimiento para regresar diez minutos después con veinte discos en las manos a preguntar muy serio "¿cantada por quien la quiere?". Los vecinos observan con curiosidad divertida a los 'doctores' de la mesa; el cantinero cansado de decidir que pone y de poner lo mismo noche a noche, descubre que vino alguien que si sabe apreciar, según cree, y va demostrándole que sabe más, mientras queda bien con la concurrencia, que tiene todos los tangos que en el mundo han sido y que está dispuesto a hacerlos sonar tan pronto se le pidan. Me invita a la trastienda: “aquí tengo cien mil discos, solo tangos." Me señala las paredes repletas de ellos hasta el techo. Mi hermano me sigue soplando nombres de canciones o cantantes, de orquestas o grupos que pedir. Observo algo extraño: esta gente tiene rostro. El cantinero aparece con copas de aguardiente enviadas de otras mesas que rechazamos en principio con cordialidad y firmeza, pero que aceptamos, para no ofender, ante la insistencia y la consciencia de que es su territorio. Un gracias directo que retornan con sonrisas en que brilla alguna chispa de oro. Agradecidos porque uno voltea a agradecerles. Seres reales que no son como los de la gente de los bares a que voy que no tiene una cara, sino la  del día, tal como uno mismo: la de las circunstancias.

Mientras la noche avanza y el alcohol hace de las suyas las sillas inician una curiosa danza en que se acercan por ratos a las nuestras. Los tomadores de los lados hacen que se levante una copa en compañía suya y se retiran. Alguno se queda. Un gesto dice que es hora de irse. Se apura la última copa, se mueve por última vez la bata al orinal. Se agradece con la mano, se mira a las niñas del fondo que a veces parecen las mismas y a veces no, váyase a saber por qué razón, pero que siempre son dos, una vieja y una joven, de pantaletas rojas y puchos en las manos
que en la noche han aparecido y desaparecido en tandas de minutos.

"Che, madame, que parlás en francés y tirás ventolina a dos manos". Algo ha cambiado. A la una de la madrugada se aventuran risas. El patrón del local me pide que escuche algo por su cuenta: "Todo el mundo está en la estufa, triste, amargado, sin garufa, neurasténico y cortao... Se acabaron los robustos... Si hasta yo que daba gusto ¡cuatro kilos he bajao!" 


La vitrola desgrana: "al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico pa'ver si lo puede arreglar..."

Divertidos, prendidos, sorprendidos, pagamos. ¿Los acompaño hasta el carro?  dice el del bar mientras devuelve billetes tan cansinos como la gente que los ha llevado. Claro hombre, te agradezco.

Avanzamos por las avenidas hacia ese otro mundo que dizque es el nuestro. El último, propongo. Entramos al bar acostumbrado que es uno de jazz en plena zona rosa. Mi hermano, todo un varón,  encuentra sospechoso el sitio. El olor a cigarrillo es más concentrado. El de los baños no trasciende aunque siempre hay cola para usarlos. Observo. Los amigos me miran y saludan. "Invitá a media" oigo me dicen. Las putas son más de dos, son más putas y están en todas partes. Los hombres, menos hombres, putos también ¿quién sabe? Mi rostro se acomoda. Aquí es donde pertenezco, se supone. El barman me dice: "llega tarde hoy" y apresta una descarga de Chocolate Armenteros de resonancias nítidas. La música no dice nada. Los dos tragos cuestan lo que la botella al otro lado.  Todo es irreal, es falso, es otra cosa. También yo.

§

2 comentarios:

Elise Reyna dijo...

Hola Luis Fernando, he leído Tango y me he sorprendido gratamente. Infiero que no sos argentino. Por lo que el mérito para escribir esto es mayor. He leído esto en el grupo Factor Serpiente, lo que me hizo venir hasta tu blog. (aproposito, la dirección del blog en el e-mail está mal, tiene espacios de más)
saludos cordiales
Lucía

Hugo dijo...

Luis Fernando es mi paisano y conocido por lo que este comentario puede estar cargado favorablemente. He leído con atención este texto y me he devuelto a mis épocas de bohemia en sitios como los que él describe y me hace recordar los mejores momentos pasados con la gente que peyorativamente llamamos del pueblo que sin embargo, si se les da la confianza, lo colman a uno de atenciones que llega un momento en que uno piensa que no se merece tanto afecto.