Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

agosto 25, 2009

Colombia - A mi manera- (II)



Luis Fernando Gutiérrez-Cardona





Yo creo que Colombia será perversa mientras
no haga justicia y mientras se jacte de Santander
(Fernando González)




El 20 de Mayo de 1820 Bolívar escribió a Santander:

"Usted me parece que es como algunos otros que yo conozco en el mundo, que les gusta hacer lo que no quieren que les hagan, sin duda por ser enemigos de las chocherías de Jesucristo, que se empeñaba en lo contrario, en contravención de la ley natural, que exige todo para sí y nada para los otros. Usted gusta de la franqueza sin rebozo, de la amistad ingenua y de decir verdad; y después se pone bravo cuando le siguen sus pasos, como la vieja coqueta que no quiere dejar hacer baza a su hija, que no hace más que imitarla.

Voy a decirle a usted no más que dos cositas: ¿le gustaría a usted mucho que le contestasen de oficio: "he recibido el decreto tal y no me ha parecido irregular?" Y en una carta particular aquello de "la responsabilidad que algún día llegará a ser efectiva?" Por poca cavilosidad que tenga uno, esto quiere decir que se esperaba que el decreto fuese irregular y que ya no hay otro modo de contener a uno sino por el temor de la responsabilidad. Esto es sin hacer caso de lo que llama Tolrá estilo irrespetuoso, porque éstas son bagatelas que pasan entre amigos. Digo, mi amigo, estas cosas, para justificarme contra los propósitos que usted ha quebrantado: si usted no me cucara yo no me defendería."

¿Porqué Colombia? ¿Una nación? ¿Cuáles son los elementos culturales comunes? Un natural de Caracas llamado Francisco de Miranda concibió la idea de una república formada por los territorios del Virreinato de la Nueva Granada, la Capitanía de Venezuela y la Real Audiencia de Quito y le inventó ese nombre: Colombia, la tierra de Colón. Le inventó una bandera: amarillo, azul y rojo. No por lo que nos enseñan en la escuela, sino porque el tipo fue uno de los muchos que se acostaron con Catalina de Rusia y en una de esas le ofreció crear una república que tuviera como bandera esos colores: amarillo, por su pelo, azul por sus ojos y rojo por sus labios. El tipo sabía conquistarlas aunque a Catalina no eran sus cuentos lo que le interesaba sino algo de lo que se suponen bien dotados los caribeños. Pero ¿qué había de común entre un paramuno de Santafé de Bogotá, un llanero Venezolano y un inca de las cercanías de Quito? Nada. Colombia se armó a partir de un nombre y una bandera.

Bolívar tomó la idea y alcanzó a hacerla realidad: fue lo que, por distinguir, se llama  hoy La Gran Colombia que de grande tenía el tamaño, pero que de hombres era pequeñita. Tan pequeña como quienes la desarmaron; Santander, Flórez y Páez. Cada uno quería ser héroe  de una patria. Era imposible que se obedecieran entre sí semejante caterva de hipócritas.

Santander, ocho años después de la carta aquella, se hacía el loco mientras urdían con su conocimiento, y aprobación por tanto, la trama para matar a Bolivar. Miraron para un lado cuando cayó Sucre asesinado en las montañas de Berruecos. Como Bolívar los opacaba a todos y a todos les estorbaba, de todas partes lo echaron. “Vámonos de aquí, aquí ya no nos quieren” hablaba con su nous en las noches de San Pedro Alejandrino, abatido. Cuando se supo la noticia de su muerte, en Venezuela echaron al vuelo las campanas no por duelo, sino en señal de alegría.

Colombia asumió plena la influencia de Santander: "Su decreto no es irregular" como si eso fuera lo especial y no lo raro. "Un día de estos habrá que responder" como si la irresponsabilidad fuera la norma. Pues así es: todos los decretos, las leyes y las constituciones son irregulares y nadie responde. Quedamos íntimos del inciso, de la coma, del parágrafo y de la trampa hecha a la ley, con las herramientas que dentro de la misma Ley dejan quienes la hacen sin tener como mira jamás el bién común. Por eso es que hacen tantas.

Los poderosos enseñan a robar. Los poderosos enseñan que la ley es para los de ruana.

Nuestros valores son:

Un mar de opiniones y ninguna idea. La idea, cuando surge, se la ahoga en un mar de opiniones. Termina castrada y minusválida, si alcanza a llegar a alguna parte. Por eso es que todo pasa sin que nunca pase nada. Ese es el espíritu nacional.
No se trata de saber quién es el responsable, sino quién debió haber sido o quién no lo fue. No se trata de castigar al culpable sino de encontrar en algún vericueto la norma que lo exculpe. Ese es el espíritu nacional.
No se trata de llevar la pelota, sino de pasarla. Ese es el espíritu nacional, íntimamente ligado a los juegos infantiles con los que nos educan que son dos: la lleva y el escondidijo. Los aprendemos a jugar de niños y los jugamos de por vida. Así en el caso de un magnicidio, de Sucre a Gómez Hurtado; en el de un contrato, del empréstito de la independencia al de las obras del aeropuerto El Dorado, pasando por la indemnización por Panamá; o en el de un enfermo vapuleado de hospital en hospital, mientras todos ruegan que en todo caso no se muera para seguir cobrando. "Si no trae la tutela entre los dientes no se atiende" reza el aviso.
La lleva. Y el escondidijo: no vi nada, no estaba ahí, fue a mis espaldas, ¿dónde está la prueba? Los millones se pierden por centenares de miles ¿quién los vió?
Siempre hay una instancia superior. Siempre hay otra instancia. Que componga, que alargue o que lleve al olvido. Ese es el espíritu nacional.

"Un dos tres cuclí cuclí al que lo vi lo vi. El que esté detrás de mi no valgo y salgo a buscar. No se puede tapar por todos." Así decíamos de niños y también de grandes. En esa frase del juego está Francisco de Paula Santander presente: tiene ley, tiene inciso, tiene trampa y tiene salvedades. Francisco de Paula Santander el que anotaba las limosnas que daba y las relacionó en su testamento para que dejaran de decir que era avaro.
¡Ah! Y claro, no falta el sapo que señala donde está escondido el otro. Para salvarse, claro está, para salvarse.

Se puede reclamar un espacio para soñar. “Hay un viejo y mísero dicho en el mundo de la ciencia: “Si quieres un cambio de paradigma, no basta con que los viejos profesores se jubilen. Tienen que morirse." Undidos entre las brumas del escepticismo, una generación sucede a otra. Cuando decimos vamos a hacer asumimos que ya hicimos.

Podría surgir el sueño entre la gente joven. Surgir de la universidad. Surgir y realizarse. Si es que allí, o entre ellos, no reinara también el espíritu nacional: mucha opinión, ninguna idea. Y todo para sí, nada para los otros como anotara Bolívar en la carta aquella.

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