Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
En mi casa eramos tantos, que el papel higiénico que se proveía los sábados solía terminarse los lunes. Mi padre entonces tomaba los periódicos de la semana y con una navaja muy afilada que mantenía siempre, los partía en cuadritos primorosos que colgaba de un alambre y lo sustituían. También le llegaban y servían a ese propósito —nunca más apropiado— los Anales del Congreso que tenían la ventaja de ser hechos con tinta más firme y en papel más fino y menos carrasposo. Con el paso del tiempo he llegado a creer que la razón por la cual somos buenos lectores, tiene también su orígen en los ratos que permaneciamos los miembros de la familia allí con los ojos en el pedazo de periódico en turno, y tratando de encontrar el otro donde terminaba el párrafo incompletado por el corte. Era muy cruel interesarse cuando se estaba en esos menesteres, en un debate en la Cámara de Representantes, con un pariente que era congresista hablando y eso, y no poder encontrar porque alguien lo habia usado antes, el discurso entero o la refutación. Frecuentemente, ante las protestas, alguien salía rezongando con varios pedazos de periódico en la mano. No descarto que ante el poder del interés, adentro hubiese desarrugado alguno ya tinto en amarillo o en café intenso.
Por cierto, es bien posible, aunque no pueda probarse, que lo que los ojos no captaran, resultara siéndolo por el ojo del ... alma, que diría Quevedo.
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