Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
... irse a un lugar tranquilo, tomarse de las manos, mirarse a los ojos y dejar juntar los labios. Que los dedos encuentren un resquicio entre el cinturón y lo que lleve puesto; que penetren por él y dos pieles empiecen a ser una. Que la ropa vaya cayendo como es: sin prisas al principio, casi arrancada al final hasta ese último momento en que los pantalones salen afanosos y las medias y todo lo demás forma un arrume sin forma sobre el piso, mientras dos cuerpos se vuelven un nudo de piernas y de brazos, de bocas, de dientes y de lenguas. De pies que flotan sobre hombros, de barcos navegando en los océanos de las espaldas, de planicies de pechos recorridos al galope de potros sudorosos.
Aromados.
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