Acabo
de leer la prensa. No hay editorial, columnista u opinador que no se
sienta con el derecho de contar por quien va a votar y de imponer su
idea a quien lo lea.
Si no voto por la oligarquía, dicen, es porque
soy un guerrerista, un asesino, un imbécil, un bruto, un estúpido, un
loco, un bobo, un criminal, un paraco, o cualquiera de algunos adjetivos
más. Aunque la habilidad de insultar se agota en pocas palabras que repiten, el odio, gratuito, contra una enorme masa de personas desconocidas, es aterrador.
Trazaron una linea con un candidato a un lado, y al otro lado los malos. No
conozco un arma, no he ejercido violencia contra nadie y, aunque no
puedo decir que no he matado alguna mosca, con los seres humanos respeto
total. Pero no me arrodillaré frente a los que matan.
Votaré por
quien quiera por una simple, potísima y elemental razón: porque soy
libre, quiero seguir siéndolo y votar ahora y siempre por quien me de la
gana. O no hacerlo, o hacerlo en blanco, por la misma causa.
Así que métanse por donde les quepan sus injurias, sus discursos, sus razonamientos y
sus explicaciones. No intenten colonizarme. Escucharé sus argumentos, pero
no me obliguen a aceptarlos a los gritos.
Aspiro y espero que los millones
que votarán por uno, no sean vistos como enemigos por los millones que
votarán por otro; ni como sus trofeos ni como sus víctimas. Que no
salgan a volear el trapo de ganador ni la furia de perdedor porque en
cualquier caso el futuro se ve oscuro.
Yo estoy listo para el paredón:
unos u otros van a fusilarme. No le temo a la muerte, le temo al miedo.
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