Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Yo muero de mirarte y no entender.
—Rosario Castellanos
Mi mano recorría su rostro. Pasaba por sus líneas y todos sus contornos. Grababa en mi palma como un estigma sus labios, húmedos, abiertos, y sus dientes aferrados a los bordes querían arrancar un trozo de ella. Llaga imborrable de amor que ahora trae el viento. Luego, con sus ojos cerrados y los míos muy abiertos, ambas manos tomaban su cara en un arrebato de colores acezantes. La traían a mi. La retenían. Se iban por su pelo. Su boca se unía con la mía y mis ojos se cerraban hasta cuando, sellados uno en otro, una contracción eterna nos estremecía, un unísono palpitar, un aliento de vida, un único gemido inseparable, apenas perceptible. Sentíamos entonces el sabor salobre de cuatro lágrimas que nos fundían más. Y unidas sus manos con las mías, dos cuerpos brillaban como noche de estrellas. Le preguntaba: ¿quién te quiere?
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