Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Han cerrado su insensible corazón;
hablan arrogantemente con su boca.
Salmo 17.10
Hablaban en casa, siendo niños y también adultos, de algo que hoy se toca poco o
nada. Mencionaban, desde lo profundo de su religiosidad pero con un
criterio más amplio, la dureza de corazón. No citaban mis padres al Salmista, pero sabían de lo que hablaba Su contexto era no cerrarse por
capricho, por terquedad, o por orgullo, a ninguna de las cosas de la vida, haciendo lucir malas las buenas. A dejar de ver lo que de bello hay en todo por
privilegiar el aspecto negativo, lo que lo haría mejor, el pero, y nuestro parecer.
Ser duro de corazón
significa pasar de largo frente a los sufrimientos ajenos, burlarse
de las condiciones de los otros, menospreciarlos. Quizás, de niños, no
comprendía la totalidad de lo que se trataba, pero sé que, de grande,
de alguna forma y de manera temprana, me di cuenta de lo que significaba en
plenitud.
La dureza de corazón se expresa en la manera como abordamos a los
demás, como los saludamos, como nos anticipamos prejuiciosamente a sus
sentimientos y sus posturas, como les respondemos. Dureza de corazón es ver el propio como único y
más grande problema del universo, enrostrar la culpa al otro y pasarle por ello una cuenta de cobro injusta e impagable.
Somos duros de corazón cuando no
escuchamos, cuando atravesamos nuestro argumento sin permitir al otro exponer
el suyo, cuando lo subestimamos. La avalancha verbal. El herir con las actitudes, con los gestos, con la arrogancia.
Esa dureza hace mella en el entorno porque la sufren más quienes están más cerca.
Lo desgasta, lo perfora y lo hace trizas. Aunque el martillo del duro vuelva
polvo la piedra, seguirá golpeando insatisfecho. Quienes pueden apartarse, al darse cuenta lo harán dejando más solo al duro de corazón quien será más duro aún por ello. A pesar de que la vida
enseñe al duro de corazón las mismas facetas que nos muestra a todos, éste las
reflejará para escaparse de ellas.
En el duro de corazón no
hay amor -no cabe-, ni hay compasión -no la conoce-. Si llega a hacer una concesión, la exhibirá.
Mi madre tenía razón al hablarnos de la dureza de corazón cuando eramos niños. Intuía, o sabía, que lo único
que la evita es no tenerla.
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