Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Lo peor de estar muerto es esto: que efectivamente se está muerto. Lo
recordaba en estos días un post en mi blog en que se señala que es indispensable llorar al muerto mientras está vivo. Hoy un amigo me preguntó si
estaba bien morirse a los 21. Le dije que estaba mucho más bien que
hacerlo a los 100. No quedó muy convencido pues en su opinión todo son
ciclos y a esa edad no se ha cumplido. Por el contrario a mí me parece
que se ha cumplido en exceso. Ser, le dije, como esas flores que se
deshacen al soplarlas, o ser conscientes de que eso es lo que
se es.
Cada día viajamos, -solo en la órbita y sin contar que la
estrella orbita y también lo hace la galaxia- dos millones y medio de
kilómetros, montados en esta roca acuosa. Y ni nos enteramos.
Hablamos
de los siete mil millones de cucarachas que habitan el planeta, y aumentan exponencialmente. ¿Cuántas de ellas nos importan? ¿A cuántas
conocemos? Definimos "conocer" y después de especular concluimos que
doscientas era un número factible. De las cuales se interactúa,
descontando la familia, con una décima parte o algo así. Familia que se acorta: mencionamos casos de hijos únicos que hacen pareja cuyos hijos requerirán de una enciclopedia para saber que es un tío o un primo... De modo que
está bien que existan porque para efectos prácticos no existen.
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