En estos días me preguntó qué haré cuando ella muera. Le respondí que quizás muera yo primero, pero si no, lloraría mucho en solitario y pasaría de nuevo por mi corazón los momentos que compartimos; que abrazaría a sus hijas, si me lo permitieran, e iría a su tumba muchas tardes a conversar un rato con el viento. Estábamos en La Suiza y se puso a llorar. Me temo que antes de morir la alcanzará el Alzheimer y ruego porque no se muera viva. Y por vivirla mientras vive.
lfg-c©
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