Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

agosto 23, 2017

Samaria...





Luis Fernando Gutiérrez-Cardona


La carretera comienza una danza poco menos que macabra de curvas y contra curvas sin fin, que fuerzan la atención al máximo, al mismo tiempo que el estado de la misma obliga a estar atento a los desniveles, el agua, los huecos y la vegetación. Uno no sabe si es desidia, abandono, interés político o pobreza, pero nunca es mejor aplicado el término “culebrero” que a esta vía que lleva a Salamina. Finalmente se llega porque la distancia es tiempo y este pasa. El pueblo tiene mejor fama de la que merece. Es lindo, si, por tramos y por calles. Me parece que lo he visto en momentos más amables que esta vez, aunque la expectativa nunca es poca. Los paisajes en la ruta, en los pocos instantes que la vista logra liberarse de la conducción son hermosísimos. Esos valles en la montaña al pasar Aranzazu, reconcilian. El propósito era ir hasta Samaria, un lugar más allá de un pueblecito llamado San Félix a ver el remanente más grande que queda en Colombia de la Palma de Cera, el denominado árbol emblemático de la patria. Allí llegamos luego de un encuentro sorpresivo al filo del mediodía. Tomamos por asalto la factoría local de quesos y nos aprovisionamos de unos bloques deliciosos, yogures, arequipe y panelas de leche. Territorio oscurecido hasta no hace mucho por la violencia guerrillera sin corazón ni finalidad más que hacer daño -a las órdenes de una mujer extraña cuyo nombre no debe mencionarse, ahora es silencio y paz. Y una explosión feroz de verdes en secuencia, con cultivos de papa cada tanto con sus hermosas flores moradas, de mora y hatos de ganado lechero aquí y allá. El turismo incipiente encuentra un mirador donde es posible comer truchas del tamaño de sardinas, pero truchas al fin y al cabo. Recorrimos la montaña cercana tratando de hacer que se elevaran las cometas, mientras uno de nosotros volaba un dron de última tecnología que las hacía lucir rezago del pasado. La transparencia de la atmósfera, la pureza del aire. El frio de los casi tres mil metros de altura. El tirarse de espaldas a ver pasar las nubes bajo un sol tibio al que de pronto, y por poco tiempo, le gana una lluvia que cede el espacio luego a ese azul diferente en las ciudades. Entre las risas de los chiquillos, no tan chiquillos ya, todos luchamos por rescatar el papelote que acabó enredado en un árbol. Allí quedó, no fue posible bajarlo. Y regresamos felices no sin detenernos a comprar las papas que, en el lugar que se producen y a quien se desloma sembrándolas y cosechándolas, tiene un precio que no es valor para el citadino convencido de que se extraen de los supermercados por la paga impuesta.

Valió la pena ir por ver, por sentir, por estar juntos, por reír, por las palmas de cera y por las loras tan verdes como la naturaleza.

Y por vivir.







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