Cataluña

 Luis Fernando Gutiérrez-Cardona

Por mera curiosidad intelectual y porque me gusta ser testigo de las cosas que pasan en el mundo -pasan muchas, demasiado velozmente, las hemos vivido, soportado, padecido o disfrutado- puse la televisión para ver y escuchar la declaración de independencia Cataluña. ¿Qué le importa a uno al otro lado del océano lo que hagan allí? Toda América colonial se independizó en su momento, aunque con la diferencia de que era eso: colonia. Pero España es una democracia elevada sobre un régimen totalitario, con una constitución y unas instituciones aprobadas por el pueblo y con reglas perfectibles pero más o menos claras. Bien, el presidente de Cataluña se presenta a su Parlamento con un discurso pobre y justificaciones insostenibles en que, sin cumplir las reglas que a si mismo se dieron para los efectos, dice que Cataluña merece ser un estado independiente y que así lo declara. Lo claro es que, según afirmó, la constitución que apoyaron porque les servía, no la apoyan ya por que no les sirve. Fácil.  Las banderas de la multitud en una plaza cercana ondearon seguramente bajo aplausos y gritos de alegría que los medios no transmitían. La mitad del hemiciclo aplaudió. La otra mitad guardó silencio. También sentí cierta emoción. Pero cumplido el aplauso, el señor continuó diciendo que esa decisión, que en realidad el parlamente no tomó, quedaba aplazada para “dialogar”. La gente en la plaza bajó las banderas. La mitad del hemiciclo siguió cumpliendo el libreto. La otra mitad miraba entre sorprendida y absorta. El grito de independencia fue un susurro. Y vinieron las réplicas de los partidos de oposición, una chica joven expuso de los independentistas su racismo, su locura, y la fractura interna del propio pueblo catalán, claramente dividido. Y luego vino un señor de otro partido que, haciendo uso de una gran consistencia intelectual, dijo lo obvio: no se puede suspender lo que no se ha adoptado, en primer lugar, y en segundo lugar el problema no lo tienen los catalanes con España, ni con Europa, ni con el resto del mundo sino con ellos mismos. El gozo se fue al pozo.

Pensando en ello recuerdo haber leído en alguna parte que un país es una bandera, unas estatuas y unos héroes. Cataluña tiene bandera, pero no tiene ni estatuas ni héroes. El presidente de España -lelo como Don Quijote, al cual se le parece careciendo de sus lucideces, ido- estuvo a punto de fabricarles uno entre las arremetidas de la policía del 1-O. Si llegan a causar un muerto -los independentistas persiguen que suceda- tendrán el héroe, tendrán la estatua y tendrán la independencia. No será la libertad ni el autogobierno lo que ganarán, pues ya lo tienen, si no el “quién sabe”. Y tendrán fronteras en un mundo cuyos intelectuales buscan eliminarlas y los radicales hacerlas más reales elevando muros.

Asistimos al derrumbe del Muro de Berlín, banderas, juegos artificiales y la 9ª.  de Beethoven, pero los alemanes de la zona oriental pasan las verdes y las maduras.  Eso fue hace 28 años. Alemania, gobernada parece que desde siempre tanto que hace de ello por una que fuera habitante de esa zona, no puede solucionar sus males mientras intenta solucionar los de los turcos que la invaden. Un nuevo partido que huele a nacionalismo toma vuelo y se hace con el veinte por ciento de los electores.

Lo que cuando nacimos se llamaba Yugoeslavia hoy es Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia con una sumatoria que es muy diferente al agregado de sus elementos. Y lo que fue la inmensa URSS se hizo Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán, tuteladas todas por Moscú.

El derecho a decidir quizás haga que surja la república del Putumayo y la de Urabá. Ya sa sabe al mando y servicio de quién y qué. Vivir para ver.

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