Atardece temprano. Es el invierno. Nos detenemos frente a la playa. Su belleza es un poco agresiva para quien viene del trópico. Como ser de la montaña, siempre quiero ver el mar. Me bajo de la van. Pocos me siguen. A unos pasos un hombre toca el acordeón acompañado de una mujer y con hermosas voces dirigidas al océano expresan sus canciones en ruso. Un hombre más está cerca de ellos. Es 31 de diciembre, creo, y sobre el frio hay un sol brillante. De ponto acometen una tonada festiva conocida por mí y tomo a un compañero cruzando los codos, de sorpresa, para dar algunos giros recordando cómo se bailaba o como la vi bailar alguna vez. Me fascina el ritual de la pareja al parecer tan lejos de su tierra. Nos retiramos con sonrisas de lado y lado. Ella nos envia un beso con su mano. Un poco avergonzado tomo mi puesto en la fila de atrás y vuelvo a ser el que no soy que soy. Y a ser quien no soy que soy. El nacido vuelto a nacer fuera de tiempo.
©lfg-c
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