Jamás se preguntó, jamás, qué había sucedido para dejar de hablarnos. Mis mensajes se quedaron sin respuesta. No le dio ninguna importancia porque no le atribuia ninguna. Ahora que me dispongo a eliminarme de su lista recorro con no cierta nostalgia las horas dedicadas a enseñarnos, a contemplarnos y a querernos a través de la palabra. No fueron horas perdidas en ningún caso. El hecho de que esté siempre en mi así lo prueba. Pero no resisto seguir viendo que está ahí sin verme. Sin embargo la vida da compensaciones. Mucho tiempo después un suave soplo aviva los rescoldos de afectos del pasado que permanecieron latentes. Y saltan chispas de donde no se esperaba y oleadas de brisas cálidas se convierten en un abrazo que arropa porque si, a cambio de nada, sin necesidad de preguntas y sin espera de respuestas. Y ofrecen, de golpe, la posibilidad de reconciliarse con la vida.
©lfg-c
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