Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

marzo 11, 2018

Viaje



Luis Fernando Gutiérrez-Cardona



El viaje no termina jamás. Sólo los viajeros terminan. Y también ellos pueden subsistir en memoria, en recuerdo, en narración... El objetivo de un viaje es sólo el inicio de otro viaje.
—J. Saramago


Completo entonces mi vuelta X alrededor del sol, único Dios que podemos ver de lo cual se percataron los hombres inocentes muchísimo antes de fabricarse uno a su imagen y semejanza. He andado ya 60.450 millones de kilómetros en sentido longitudinal y he rotado en esta hermosa nave azul un total de 22.725 veces. La velocidad combinada es inimaginable si se  considera que la estrella también cae y que lo hace la galaxia en la infinitud de un universo que se empeñan en medir y en demostrar que surgió de un solo átomo que explotó y que ocupaba un espacio inexistente. Claramente en tres ocasiones me he sentido pasajero del cosmos: parado descalzo en el balcón de una casa entre las montañas rodeado de luciérnagas amantes, acostado en pleno contacto con ellas en San Agustín y viendo pasar constelaciones en una noche de chinchorro en la alta Guajira. Me he visto grande en el lugar en que dos cordilleras están separadas por dos metros por los que fluye el rio grande de la magdalena y me he sentido insignificante en las altas planicies  de Arizona entre horizonte y horizonte y en la inmensidad del Mojave. Mientras escribo esto suena Chopin. Y pienso en la gratitud que debo a mis padres no por haberme traído al mundo que no agradezco ello  -se es entre dos nadas- sino por haberme insertado en él de la forma que lo hicieron. Y pienso en mis hermanos, en mi compañera de vida, en mis sobrinos y en los amigos con que me he dotado. La vida me ha tratado bien y cuando me ha tratado mal es porque así soy. No diré que porque me lo he buscado, sino por que,  humano demasiado humano, no puedo ni quiero escapar de serlo y de las imperfecciones resultan el interés y la diferencia. Aprendí a ver la panorámica de las cosas, a captar los matices. Alguien me enseñó El Quijote, me descubrió la poesía y a Par Lagersvist. A Marguerite Yourcenar y a Hamlet.  A Marco Aurelio. Alguien me explicó de que se trata la quinta sinfonía, me dejó escuchar ópera o me enseñó que valía la pena levantar la vista hacia las nubes, o hacia el cielo azul, bañarse con la lluvia que cae de los tejados, hundirse en el barro y pasar horas viendo una araña jardinera tejer su red. Consciente de mi imagen no me miro en los espejos pues la imagen que devuelven es eso: imagen. Y además de imagen, imagen invertida. Y no me juzgo a mi mismo pues tendría que ser benevolente con ese mi mismo, desde el mi mismo mismo. Los juicios de los otros pueden reservárselos o hacerlos: son los suyos. He visto el mundo, todo el mundo, si bien no físicamente si a través de lo imaginado. He intuido lo que veo y también lo que no. Amo al ser humano no porque me ame a mi mismo sino a pesar de ello. E intento no prejuzgarlo ni juzgarlo. Descubro grandes seres humanos cada que entro en contacto con ellos, y vengo a redescubrirlos muchisimos años después al encontrarlos de nuevo. En este suave giro que emprendo hacia la segunda de las nadas reconozco haber vivido una de las épocas más formidables de todas. La más en términos de tecnología. Quizás otras la superen en términos de espiritualidad, de humanidad y de arte. No surge hoy un Siddhartha Gautama, ni un Sócrates, ni un Platón, un Miguel Ángel, un Handel, un Mozart u otro Beethoven. Pero la magia que han incorporado al aire es alucinante. El adagio de la quinta de Mahler me estremece. No niego haber llorado leyendo un libro, o un poema y algunos de los que intento surgen entre lágrimas. Ni haberlo hecho frente a un cuadro. Me   derrumbé en el suelo al ver las réplicas de las bombas atómicas en El Álamo, mientras se  reía de mi momento emocional algún  inconsciente. Siempre ha habido un techo sobre mi cabeza y un plato cálido. No he carecido de afecto ni reconocimiento. Y he pagado mis cuentas. 
Con todo, no cambio nada por el abrazo franco y la sonrisa de quienes amo, o de mis hermanos incluidos los que lo son por adición.  
O por la mirada azul de la más pequeña de los míos que interroga el entorno. 
Por todo ello, gracias. Luis Fernando girando; agradecido.

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