Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

abril 07, 2018

Ayuda de Memoria








Notas para un cuento que no escribiré.

(Ser niño es carecer de recuerdos. Dejar de serlo es empezar a abrirse a ellos. Es empezar a no serlo. Quizás mi primer encuentro, en el principio del principio de la inconsciencia, haya sido de miedo y con el miedo. El miedo alimenta el poder del todo poderoso que, por serlo, no tendría que requerir de más. Pero así son las cosas. Te llevan cariñosamente arropado a perdonarte los pecados que nunca cometiste. A borrarte con agua helada que te hace llorar, entre  renuncias a un satanás desconocido, la mancha original. Es empezar a ser lo que no eres. El miedo signará tu existencia. El chucho te castigará porque hiciste o porque no. Así se arma la historia en ese tiempo opaco, casi negro en que se carece de lo que llaman, o llamaban, uso de razón. Eres una pertenencia maleable, moldeada  por emociones que te son ajenas. De pronto, un día, parece que estás listo. Tienes seis años. Aun no comprendes pero se supone que si:  eme con a... ma,  eme con a... ma,  ma...má... mamá. Entonces el miedo empieza a ser real. Te escondes del coco que pronto vendrá y te llevará. Estabas en la mitad de un tiempo cubierto de neblina. La otra mitad lo ocupaba la lluvia. La atmósfera ¿cómo decirlo? La atmósfera era mucho más que el aire respirable. Era un pueblo en las montañas y ellas habitaban en la atmósfera muy densa, algunas veces transparente. Los verdes de todas las tonalidades llenaban la vista y en las montañas habitaba el miedo en forma de seres sobrenaturales que tenían nombres como la madremonte, el hojarasquín, el mohán, la patasola.  Térreos unos, acuáticos otros, lejanos los más, se encontraba con ellos quien se atreviese a caminar solo por sus territorios de árboles gigantescos, musgos y bejucos. Bosques cerrados y húmedos. Pero, más cercanos, entre las casas vecinas, habitaban las brujas y los duendes. Ellas eran visibles. Ellos no. Los curas las señalaban desde los púlpitos. Los adultos, envidiosos, hablaban de sus actos pero iban a visitarlas envueltos en sus ruanas. En unos instantes, a los seis años, el primero de la vida real, todo se recogía en noches de oscuridad en que los padres contaban cuentos de asustos y hablaban de espantos. Con ellos se perdía la inocencia, se reconocía, es decir se volvía a conocer, la maldad. Maldad que no tardaría mucho tiempo en dejar de ser mitología para ser seres los seres abatidos en una vorágine violenta y real de cortes de franela y machetazos. “Un padre nuestro y un ave maría por las ánimas del purgatorio” clamaban en esas noches tenebrosas de muertos y de muertes. No era necesario rezar por las almas del infierno ni por las del cielo. Ellas ya tenían lo suyo. Este es mi cuento de seis años que no podría haber contado entonces. Y que hoy apenas puedo.)

©lfg-c

 

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