Estaba pensando en la palabra concupiscencia... Mi generación, ay, la última preconciliar y por lo mismo quizás la última a la que pueda llamarse cristiana genética en su totalidad, oyó a los curas hablar de ello en los ejercicios espirituales, o en los confesionarios, cuando desde los púlpitos se atizaban las llamas del infierno y uno salía de allí con el temor de Dios a flor de piel, con el pecado original grabado en la frente y con una ansia de salvación que hoy se trataría con drogas y psiquiatra. La concupiscencia, averiguo, era -es- en términos religiosos un deseo intenso y desmedido por bienes materiales o placeres, especialmente los de carácter sexual. Un apetito desordenado que se opone a la voluntad de Dios. En términos modernos se ve como un deseo intenso, a menudo impulsivo, por algo que puede ser material, sensorial o emocional. En su orden objetos, dinero, estatus social; placer físico, comida, bebida, sexo; o reconocimiento, poder y aprobación. La concupiscencia, no vista ya como pecado, puede ser raíz de adicciones a sustancias, comportamientos o personas. La publicidad y el marketing explotan los deseos más profundos para impulsarnos a consumir. Un exceso de concupiscencia puede llevar a la ansiedad, depresión y otros problemas de salud mental.
En fin,solo quería ser concupiscente, pero así no vale. El que piensa pierde.
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