En estos días fui a uno de esos entierros express, que es lo que se usa. Y pensé: Mi primer recuerdo, con plenitud de consciencia, lo constituye el de un muerto y un velorio. Vivíamos en una casa esquinera de dos pisos diagonal a la cual habia una grande de un piso por la carrera y varios por la calle, donde vivía un amiguito llamado M., como de mi edad. La casa, que existe tal cual, era linda, de corredores alrededor, patio en medio y muchísimas flores. Un día murió el papá, suyo y de R aún más niña, que se llamaba don Aurelio. Su imagen se fijó en mi mente. Era un señor de edad por el que vino la parca de repente, como se decía. La muerte la certificaba un espejo que acercaban a la nariz del cuerpo. No sería seguro el método puesto que se hablaba mucho de gente que enterraban viva. Si, entonces cuando la gente se moría tres campanazos de la iglesia anunciaban el hecho. La velaban en la sala, con cirios alrededor, y llevaban el ataúd a la iglesia al otro día. Un acólito portaba la cruz al frente, el cura esperaba en la puerta de la iglesia con ornamentos negros. La casa la cerraban de inmediato, al menos un año, por completo, puertas, ventanas y postigos; los cuadros eran volteados en su sitio contra la pared, salvo uno de la virgen dolorosa. La viuda llevaba luto riguroso por tiempo indeterminado. Llegó mucha gente pues el señor era un personaje importante. Lloraban en forma y de verdad,. Y rezaban. Curiosee hasta que fui sacado porque los niños no debían estar en esas cosas. Nada era como ahora.
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