Partida

 

Seguramente siempre, pero más a partir de la pandemia, la actitud frente al hecho en si de la muerte se muestra, desprovisto de rituales y de emociones, un instante vacío, resuelto de manera expedita y apenas si notorio, si acaso, para un entorno muy reducido. Asistí entonces al momento del paso de alguien relativamente cercano. Horas de espera pues entonces los servicios funerarios estaban muy ocupados; el paso del cuerpo a las bolsas diseñadas al efecto mientras, en otra bolsa, se recogían las posesiones y se desechaban de una vez por inútiles e inservibles. Ahora veo como pasan de la casa al carro de la funeraria al habitante de la casa del frente fallecido menos de una hora antes. Cuatro personas por toda compañía rodean a cuatro empleados que portan aquello que es y fue. Hasta un poco después de mi primera juventud morirse, de alguna manera, representaba algo. Se vivía para morir liberado del infierno. La Biblia, entiendo, utiliza imágenes simbólicas para describir el infierno, como fuego, oscuridad y azufre. El fuego, hoy, es el paso primero: se va rumbo al crematorio. Si el alma se libra, en todo caso el cuerpo no. El cuerpo se hace cenizas que se pasan horas o días después, por el pasillo central de alguna iglesia. No se espera nada, ni salvación ni condenación. Qué pesar, dice alguien, mientras en voz más baja alguien dice: era hora. Descanse en paz. Paz en su tumba. Ni descanso, ni tumba.

 Dan Flavin