Cada mañana, si uno enciende la radio, o cada noche, si lo hace con el televisor, y a cada instante si no se desprende del teléfono, está invadido de locura. Los poderosos de todos los niveles no pueden estarse quietos: tiene que hacerse notar, hacerse ver, revolcar algo, molestar a los demás y a los propios ¿Quién suponía una guerra en Europa central en pleno siglo XXI? ¿Quién se imaginaría que por pararse en lo alto de una escalera y jurar un cargo, el tipo adquiere el derecho de destruir millones de vidas, el de tomarse los casi diez millones de kilómetros cuadrados de Canadá, los casi tres de Groenlandia, y la pequeña acequia que cruza Panamá? ¿Y por qué querrían mandar a la muerte miles de soldados, por la suposición de que alguien en algún momento enviaría miles en su contra? Un montón de afectados mentales por el poder que no tiene más uso que el de servir a su propio ego. Nadie vive mejor por sus decisiones, no quieren eso, no lo persiguen. Quiere solo molestar o fungir de conquistadores a la antigua, Gengis Kan revividos. Cumplen plenamente la definición de estupidez al hacer lo que perjudica a los demás, pero también a ellos. Un millonario venido de otro país, se toma el que no es suyo porque si, es decir porque puede... se autodestruye sin construir por ello nada. El poder, droga y embriaguez... Si. El poder, cuando se convierte en un fin en sí mismo, puede ser una fuerza destructiva que no solo daña a los demás, sino que también consume a quienes lo ejercen. Droga que embriaga y ciega, llevándolos a decisiones que carecen de lógica y humanidad.
Y es tan bella La Tierra. Y es el hogar que destruimos.
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