He terminado, ahora en la madurez, una lectura de La Ilíada. La había leído, a regañadientes quizá y posiblemente resumida, en mi juventud, pero ahora es muy diferente. La historia es cruel en demasía -las guerras lo son- y la intervención de los dioses especialmente perversa. La razón de la guerra misma, como la de tantas a lo largo de la existencia humana, es fútil. Revisitar La Ilíada en una etapa madura es revelador, ya que trae una perspectiva más profunda y crítica. La obra, un pilar de la literatura universal, no endulza la brutalidad de la guerra ni las manipulaciones de los dioses. La guerra en el poema no solo es cruel, sino que también pone de manifiesto las fragilidades humanas, las pasiones desbordadas y los sacrificios devastadores. La intervención de los dioses es fascinante en su perversidad. Juegan con los destinos de los hombres, y hasta de ellos mismos, como si fueran piezas de un tablero, movidos no por razones éticas, sino por caprichos, venganzas y alianzas personales. Esa dualidad, entre la grandeza épica y la inmoralidad divina, refuerza el sentimiento de tragedia que permea toda la obra.
Aquiles, quien en la niñez pudo parecerme el arquetipo del héroe valeroso, revela un carácter complejo: su ira desmedida, su orgullo y su incapacidad de reconciliarse con los demás lo hacen más humano, pero también menos admirable. Su grandeza es como guerrero, pero su humanidad se tambalea ante sus decisiones. Héctor resulta así más presentable. Luchó y dirigió a los troyanos todo el tiempo, mientras que su rival solo lo hizo en último momento y por venganza personal contra él. Héctor, de hecho, no mató a Patroclo, sino al propio Aquiles pues llevaba puesta su armadura. Príamo es un personaje desconcertante, diseñado para serlo. Representa la desesperación de un padre que pierde a sus hijos en una guerra que, en gran medida, no controla. Su pasividad, puede ser entendida como resignación, quizás un reflejo de las limitaciones del envejecimiento o una aceptación trágica del destino. Su momento más poderoso llega al suplicar a Aquiles por el cadáver de Héctor, donde despliega vulnerabilidad y dignidad que no lo redimen pero de alguna forma lo explican. En cuanto a Agamenón, es difícil encontrarle encanto. Su arrogancia y la manipulación del conflicto parecen diseñados para recordarnos las imperfecciones del liderazgo humano y los peligros de gobernar con orgullo y codicia.
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