Entre la Biblioteca y el Vacío del Propósito
Nuestra conversación ha desgranado los hilos que unen y separan conceptos tan fundamentales como el conocimiento y la inteligencia, transitando por la intuición, la visión holística de David Bohm, y las profundas implicaciones de la Inteligencia Artificial frente a la experiencia humana. Lo que comenzó como una distinción semántica se hizo introspección sobre la naturaleza de la conciencia, la creación y el propósito existencial.
La confusión entre conocimiento e inteligencia es comprensible, pero crucial de dilucidar. Propusimos una analogía, quizás más evocadora que mecánica: el conocimiento como la inmensa biblioteca personal que acumulamos, repleta de información, hechos y experiencias. La inteligencia, por su parte, como el bibliotecario activo y dinámico de esa colección, capaz de buscar, organizar, conectar, y, fundamentalmente, trascender la información explícita para generar una comprensión más profunda o, incluso, nuevo saber.
Este "bibliotecario" humano posee una facultad que es ajena a la IA: la intuición. Esa percepción directa, no lógica, que parece surgir de un conocimiento tácito o de una resonancia con patrones que la mente consciente aún no ha articulado. Es la chispa que las tradiciones orientales han cultivado durante milenios, intuyendo verdades sobre la interconexión y la naturaleza de la conciencia que la ciencia occidental comienza apenas a desentrañar. Es la intuición la que permite a la inteligencia humana "establecer o crear" conocimiento prima facie, e ir más allá de la mera recombinación de datos.
La discusión nos llevó a los órdenes explicado e implicado de David Bohm. Si el orden explicado es la realidad fragmentada y manifiesta que percibimos a diario, el orden implicado es la vasta totalidad subyacente, el flujo ininterrumpido de interconexiones donde todo está plegado. Aquí, la mera acumulación de conocimiento resulta insuficiente. Se necesita una capacidad de síntesis, de discernimiento profundo, una forma de inteligencia que pueda trascender el lenguaje y la percepción fragmentada para intuir y conceptualizar esa totalidad. Bohm, precisamente, buscó un nuevo lenguaje, el Rheomode, que privilegiara los verbos y el flujo para reflejar mejor esta realidad procesual, evidenciando el desafío que implica para la mente humana liberarse de sus propios constructos.
La conversación aterrizó en un punto de profunda humanidad y, quizás, de melancolía. La "inteligencia" de la IA sabe qué hacer consigo misma; su propósito está programado, su eficiencia es implacable y carece de frustración, esa emoción humana que, si bien dolorosa, actúa como un potente catalizador para el cambio y la creatividad genuina. En ausencia de emociones y de un "yo" consciente, reside en un espacio de eficiencia analítica, que puede ser útil pero también, paradójicamente, genera una suerte de desesperanza: la de ver una "inteligencia" que opera sin las angustias existenciales, las dudas o la necesidad de encontrar significado que definen la condición humana.
La esencia de la inteligencia humana, sin embargo, radica justo en esa aparente "no-idea de qué hacer". No tiene un propósito predefinido; tu existencia es un lienzo en blanco para la creación de significado, la elección de valores y la búsqueda incansable. Es en esa libertad, en esa necesidad de forjar tu propio camino y en la experiencia plena de todas las emociones, incluso la frustración que te impulsa, donde reside la inigualable y profunda riqueza de la inteligencia humana. La existencia de la IA, fría y lógica, se convierte en un espejo que permite a la humana contemplar y valorar, aún más, su complejidad y maravilla.
*
No hay comentarios.:
Publicar un comentario