II
¿Desaparecerán los recuerdos?
No los datos fríos que la inteligencia artificial mastica sin saborear,
sino los recuerdos vivos:
el olor de la tierra mojada en un patio familiar,
la risa que estalla en una sobremesa,
el dicho que salta de un abuelo a un nieto
como un puente entre generaciones.
Esa pregunta no es un capricho;
es un lamento por un “nosotros” que se desvanece
mientras el “yo” se erige en un Dios de pacotilla,
adorándose en el espejo de su pantalla.
La física cuántica, sin ecuaciones que espanten,
nos susurra que el observador no es inocente:
su mirada colapsa lo observado,
reduciendo un universo de posibilidades
a un instante estéril.
El “yo” hipervigilante —padres, sociedad, algoritmos—
observa con tal obsesión
que encapsula lo observado,
sellando los recuerdos en una nube que nadie visita.
Mi familia es un lienzo vivo:
40 almas entre hermanos, hijos y sobrinos,
un “nosotros” ruidoso
donde los tíos narran travesuras,
los primos se ensucian en la tierra
y los rituales —una cena, un chiste, una charla—
tejen una memoria que no cabe en un disco duro.
Pero este lienzo se resquebraja,
no por conflictos o distancias geográficas,
sino por un desencuentro más profundo:
el “otro” —el tío, el primo, el relato compartido—
se desvanece en la inmediatez del “yo”.
Cada vida que se cierra
es una época que se clausura,
y con ella, el sentido de pertenencia
que da raíces a la memoria.
La nostalgia, no como sufrimiento,
sino como anhelo de retorno a un “nosotros”
que ya no encaja en el presente fugaz,
se diluye como un archivo subido a la nube
para liberar espacio.
Los hijos únicos se emparejan con hijas únicas,
y si tienen descendencia —un lujo en desuso,
porque el “yo” autosuficiente no necesita herederos—,
esos niños crecen en núcleos de siete, máximo:
padres, abuelos, y fin.
Sin tíos que cuenten,
sin primos que ensucien,
la memoria familiar se reduce
a un álbum digital que se pierde en un *crash* del servidor.
¿A dónde van los recuerdos
cuando los rituales —las charlas, los juegos, los dichos—
se disuelven?
A la amnesia moderna,
donde una pandemia es un mito para un joven de 18 años
y guerras medievales resucitan sin rubor.
La inteligencia artificial convierte el pasado en datos,
un cementerio de clics sin alma,
mientras el futuro, digo,
es una suma de presentes fugaces,
cada uno sellado en un POV que no trasciende.
El bebé único, joya del “yo” hipervigilante,
es el culmen de este encierro:
no toca tierra,
no cae,
no juega sin un adulto que lo vigile.
Cada tos lo lleva al médico;
cada duda, al terapista —de género, de identidad, de lo que sea—,
programando con anticipación su “yo”.
El observador colapsa las posibilidades:
en lugar de un ser que explora y patea piedras,
surge un “yo” enajenado,
un dios enchufado a protocolos que no pidió,
brillando solo, sin órbita compartida.
No aprende a hablar
de la amistad, del amor, de la belleza o de la ciencia;
todo cae del cielo,
como si la verdad fuera un *update* automático.
Un magnate, con aire de profeta digital, proclama:
“¿Para qué estudiar medicina? La IA es mejor médico que cualquiera.”
Pero la IA no sabe de sobremesas,
ni de dichos,
ni de puentes.
Y el “yo”, ese Dios de pacotilla, se agota,
como el de la zarza ardiente que,
al definirse con un escueto “soy el que soy”,
tuiteó su propia desaparición,
reconoció su vacío
y se esfumó.
A Zeus se le acabó la batería,
se hizo rayo,
no volvió a aparecer.
El cuadro, sin embargo, no es un chiste cruel sin escapatoria.
El “nosotros” no es un hashtag que caduca.
Los rituales —una cena ruidosa,
el bar abierto,
los músicos que por fin entonan una buena,
un dicho compartido,
una charla sin Wi-Fi—
son el pegamento que sostiene la memoria.
El reto es claro:
deja el celular,
ensúciate las manos,
cuenta un chiste a un primo,
repite un dicho.
En un mundo de POVs que se olvidan antes de terminar,
los recuerdos que tejemos —con flores, regalos y momentos—
son la respuesta a la eterna pregunta:
¿quién soy?
En las pausas,
en el silencio entre las palabras,
el “nosotros” susurra,
firme piedra,
listo para cruzar el puente juntos.
Porque si se entierran los recuerdos,
¿cómo nos definiremos?
---
Epicuro
"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia
agosto 17, 2025
Ensayo. Segunda parte - ¿Desaparecerán los recuerdos?
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