Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Me fui a recorrer un poco de esta tierra, de ésta fracción de tierra que llamamos patria. A andar un poco ésta Colombia desde el centro hasta el extremo norte. Subir a las cercanías del Nevado del Ruiz a esos 4000 y algo de metros, y caer verticalmente la cordillera central del otro lado al ardiente curso del Rio Magdalena. Observar como cambia la gente, su temperamento y el color de su piel. Sus ropas, sus calzados y sus andares. Como los verdes cambian de tonalidad y de intensidad y como suceden las planicies a las gigantescas montañas con una barrera de extrañas formaciones geológicas en medio, que rematan perfiles de formas inusitadas, parecidas a rostros humanos. Que fueron mar tal vez hace millones de años.Pasar de las praderas llenas de ganado, a los cultivos de palma, de banano, de otras frutas, o a la naturaleza primaria de la Sierra Nevada.Respirar aires ferozmente calientes en una calle de San Alberto; dudar si coger el camino a Tamalameque o a Ocaña, nada más por ver, o a Mompox, y beber jugos de naranjas de dulzor increíble en la esquina de un lugar cualquiera en medio de la ruta, que puede llamarse Bosconia o Aguachica o cualquier otro nombre que el caminante pregunta y olvida al continuar la marcha.Absorber kilómetros mientras suenan toda clase de músicas escogidas sin orden por el aparato que sorprende con una suave cadencia de violines o cualquier reguetón de moda,que se deja correr sin comentarios.Y qué decir del ardor del medio día en Uribia, al lado de una sartén en que fríen tripas de cabra, que los indígenas wayú llaman frichi, o de lo que queman las plantas de los pies, aún a través de las sandalias, las arenas de alguna playa del Parque Tayrona o de El Cabo de la Vela, para no hablar de esas playas urbanas de Riohacha o de Santa Marta con el mar, el viejo mar y el aire en algunas partes lleno de partículas de carbón que se pegan de las camisetas blancas.El sol que quema a través de una atmósfera que siente las agresiones de los hombres y se piensa peligroso, como si fuera su culpa y no la nuestra.Y multitudes de niños... niños por miles. Niños que reclaman derechos a una sociedad que es muy feliz, es muy inconsciente o es muy indolente. Niños que reclamarán un futuro que no están teniendo los que ahora dejan de serlo.Dejarse poseer por las emociones de la totalidad y de la nada. Enviar mensajes con los luceros del amanecer. Despedirse un instante de la vida y saludarla un segundo después poseídos por el gozoso cantar de los pájaros en los árboles.Decir adiós en el cosmos a amigos de años con quienes se anduvo también estos caminos, de quienes se dejó de serlo — ¿sentido de lo útil? — en su corazón de ellos. Llorarlos sin reclamos. Amarlos más en su ausencia.¡Cómo suenas en los oídos, Mahler, sentado frente a las olas en la alta noche cuando el alma se desgarra!Amar a aquellos que anidan en el ser. Que llenan de palabras y de emociones, de ansias calladas, de reclamos mudos, y de esperas los días sin presencia suya, y de sonrisas silenciosas y saltos del espíritu aquellos en que sí aparecen.Hurgar en los libros que se llevan para el viaje. Y encontrarse por allí un verso que hace que uno se aparte de quienes lo acompañan, para llorar a solas, y que ellos lo miren desde lejos entre emocionados y decepcionados:"¿Qué amigo será tan amigoque en el entierro esté conmigo?"Y llenarse de necesidades de piel no satisfechas, de urgencias de abrazos y de besos de brisas de sus labios que no están.*
Epicuro
"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia
enero 06, 2010
Notas de Viaje
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