Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
¿Nos podemos conceder el derecho al escepticismo?
Escéptico era ese niño en Medellín que decía no haber nacido para semilla y que en uso de esa creencia se lanzaba a cualquier tarea que llegó en su momento a ser la de sicario de la moto o portador de la bomba con qué reventar un avión.
En el pueblo raso el escepticismo se expresa en la ley del más fuerte y el sálvese el que pueda.
En las élites educadas el escepticismo conduce a la anteposición de los apetitos. De hecho aquí el escepticismo sirve a los intereses de clase. Como detentan el poder, el escepticismo del nadie podrá cambiar las cosas, es lo que las sostiene.
Conduce a hacerse nombrar presidente con la plata del narcotráfico, o senador con los votos impuestos por el crimen.
Los mayores contratistas son los mejor educados y los más corruptos. Los más ventajosos son los más ilustrados en esta sociedad, llámese dueño del Banco X, del Comsa de turno o del Grupo Y.
El todo se vale y el meimportaunculismo como paradigma.
¿Inconformidad frente a qué?
Planteémonos un inventario de inconformidades específico, directo y preciso, sin generalizaciones del tipo "viva la revolución".
Que ese inventario se pueda convertir en una lista de tareas controlable.
Planteémonos un imaginario posible en el que quepamos todos y al que aportemos todos.
En Colombia los niños son, fuimos, educados en dos juegos que pueden tener diferentes nombres según las regiones: el escondidijo y la lleva.
La lleva: nos lo pasamos todo con un toque y ya... Nada que ver: tapo-remacho-me-salgo-sin-ella.
El escondidijo: no se deje pillar. Sálvese con trampa haciéndose detrás del que cuenta.
Mis primeros puestos en la lista de inconformidades son:
1. "La culpa es de otros"
2. "La culpa es de todos"
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