Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Un meteorito, cansado de cortejar la tierra por miles de años y de dar enormes rodeos para volvérsela a encontrar, resolvió que ésta vez, al topársela de nuevo, le hablaría. Se acercó por sus azules y sus blancos. Sintió que volaba. Sintió que caía en el vacío. Sintió emoción. Sintió susto. Sintió calor y sus mejillas se pusieron rojas por el atrevimiento. Vio como dejaba un rastro de sudor a su paso. Y sintió ese mareo veloz que sienten los tímidos que se deciden. Tembló. Pensó que se atrevería con su mano y poco antes de tocarla y ya muy cerca, no resistió más: se arrepintió. Pero al no poderse devolver se deshizo en millones de fragmentos y de lucecitas. Se deshizo de temor. Se deshizo de amor y ella, la tierra, simplemente siguió su camino como si nada.
Hay constancias fotográficas de que así pasó.
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