Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

junio 07, 2011

A pie de foto


Foto: Hugo Vélez Isaza


Luis Fernando Gutiérrez-Cardona



Dicen en la mesa del lado, mientras observan una fotografía:


Los Hermanos Cristianos de San Juan Bautista de la Salle fueron siempre muy aficionados a la Biología. En Medellín, en el Colegio de San José, que ya desapareció o se movió a otra parte, tienen o tenían un gran museo de especies nativas y en el Colegio de Pensilvania también había una sala que abrían de cuando en vez en la que tenían sus animales, sus colecciones de insectos, de pájaros, de mariposas y de serpientes. Estaba el infaltable oso perezoso, el venado, algún tigrillo y no pocas arañas. Y conservadas en frascos con formol extrañas criaturas entre las que no faltaría una tenia o solitaria. Curiosamente en el mismo salón, grande, en el tercer piso del edificio oriental, también había elementos de un gimasio que nadie usaba, porque no lo dejaban usar, y se mantenía limpio y brillante.

El Hermano Arturo tenía en la procuraduría una cosa que él llamaba cerebro electrónico, que era un tablero en que en un sector estaban las preguntas y en otro las respuestas. Se escogia la pregunta y se recorrian unas puntillitas sobre las respuestas con la punta de un cable eléctrico que al dar con la correcta encendía un bombillo. El hermano, claro, no dejaba ver que había por detrás por lo cual uno suponía que era un enano sabio. El Google de la época, con el cual todos quedabamos descrestados.

Esos hermanos tenían sus cosas; el hermano Arsenio, grande y gordo que dirigía las revistas de gimnasia y daba educación física a control remoto: vayan trotando hasta San José y vuelvan. Y el miraba desde los corredores. Y, o tenía un catalejo poderoso, o un lambón en el grupo que le contaba quien se quedaba en el Alto de Marianita. El hermano Benildo, jugador de billar. El hermano Cecilio, cultísimo, llegó de Paris directo a Pensilvania y no aceptaba su suerte o su castigo, váyase a saber. Recuerdo una conferencia suya sobre el renacimiento y otra sobre filosofía, más aptas para un auditorio universitario.

El hermano Abel Andrés, también afrancesado él, "oh la la... " que significó por una parte un aire fresco y por el otro cantaleteaba en la capilla llamándonos "indios" y tratando de sacudirnos el musgo. Retrógrado en otros aspectos, se abrogó el derecho de cerrar el pueblo a las ocho de la noche y ¡ay! del estudiante que encontrara en la calle después de esa hora. Bajaba hasta la zona de tolerancia a ver quien había por alli. O que había. Tal vez encontrara alguna vez. Hicimos una buena amistad. Le pedía libros que no estaban en la modesta biblioteca que cuidaba doña Leonor Duque, y eventualmente aparecía con ellos y me los prestaba. Lector un poco mejor de la cuenta, eso me hacía sospechoso a los ojos de algunos, pero él me ponia como ejemplo. Me dió algunas clases particulares de apreciación musical en la biblioteca a la que dotó con un excelente reproductor de discos; para ello se tomó el trabajo de llegar de unas vacaciones con la sinfonía Pedro y El Lobo de Sergéi Prokófiev. A partir de ahí fuimos hasta la novena de Beethoven, pasando por la Quinta pero sin dejar de recorrerlas todas. Para él la mejor era la Sexta. Claro que no tenia discos de Harold ni Oscar Golden.


Enredado en un problema absurdo, escribió entre tanto un recitativo para coro, con textos suyos, de Carlos Castro Saaveda y tal vez Neruda con el cual en Manzanares nos aplaudieron a rabiar. Murió en Medellín siendo rector de un Colegio a manos de algún sicario despistado.

Luego el hermano Alonso Llano, ahora Obispo de algún pueblo perdido del Chocó, llegó con sus estudios de Biblia en Roma y en Tierra Santa y con su proyector de dispositivas nos mostró que había cosas más allá de Morrón. En sus conferencias nos descubría pensadores rarísimos, especialmente a Teilhard de Chardin en el cual era experto, del que por supuesto no entendiamos nada. Creo que a la final la iglesia católica conservadora tampoco entendió a Teilhard, y lo mandó callar.



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Los Hermanos se cansaron de Pensilvania. Se sintieron maltratados, despreciados, perseguidos, hostigados y en cierto sentido lo fueron. Así fue como, en los dias finales del año 71, decidieron marcharse. Nadie salió a despedirlos. Nadie lo lamentó. No hubo decretos de agradecimiento, ni calles de honor, ni discursos, ni banquetes. Ni una misa, ni una palabra. Nada.

El último hermano pasó el día previo a su partida por la inspección de policía a pedir permiso para transportar sus cosas: una estatua de San Juan Bautista de la Salle, enseres personales y poco más que mereciera citarse en el mismo. Y ese fue el final.

Hacía apenas unos meses había sido mi maestro, pero no hizo gesto alguno de reconocimiento o amabilidad. Estaba tenso y prevenido.

Firmé la autorización entre sorprendido y atónito. Las cosas de la vida.


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