Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Me inauguré niño, —oigo decir al lado—
escribiendo en la Remington de mi padre. que tenía unos números 12 a los
lados. Luego tuvo en su despacho una Underwood y después una Facit en
la que pasé mis primeros trabajos de colegio y mis primeras letras. Traían a casa también una Olivetti portátil y medio desbaratada.
Posteriormente manejé una de carro
ancho, enorme, con el tripitorio afuera, olorosa a aceite, casi como las que usaban en los bancos, con una grande y
reluciente cuchara para devolver el carro y dar espacios, en la que
cargaba seis o siete copias en papel carbón. No quería uno equivocarse y
no lo hacía porque la borrada era hartísima.
Después me tocaron todas. Las IBM eléctricas en las que era posible corregir con plastilina, las que usaban margaritas y cintas correctoras, las que tenían las letras en unas esferas ruidosas y super rápidas, aquellas en que cada letra ocupaba un espacio diferente, hasta que introdujeron las insoportables electrónicas de pequeñas pantallas y memoria, antes de pasarnos a los computadores y a manejar word perfect con unos comandos rarísimos, ya olvidados, que operabamos como lo más natural del mundo.
El mundo del copie y pegue lo inauguramos también nosotros.
Después me tocaron todas. Las IBM eléctricas en las que era posible corregir con plastilina, las que usaban margaritas y cintas correctoras, las que tenían las letras en unas esferas ruidosas y super rápidas, aquellas en que cada letra ocupaba un espacio diferente, hasta que introdujeron las insoportables electrónicas de pequeñas pantallas y memoria, antes de pasarnos a los computadores y a manejar word perfect con unos comandos rarísimos, ya olvidados, que operabamos como lo más natural del mundo.
El mundo del copie y pegue lo inauguramos también nosotros.
¡Cuántas cosas han surgido y
desaparecido en nuestras vidas!
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