Querido
Niño Dios:
Nunca te he escrito una carta. De hecho, es posible que en serio nunca te haya pedido absolutamente nada. Mi padres me enseñaron a creer en ti y sé que año por año, y también día por día se encargaban de hablar contigo por mí y es evidente que parabas bolas: cada día ha habido bajo mi almohada una muestra amorosa.
Esta vez me decido a hablarte sin intermediarios. Próximo al final, si es que no he llegado ya, pudiera ser que quisiera pedirte algunas cosas: un viaje a Italia y Grecia para caminar por donde anduvo Sócrates, por donde pasó Alejando de Macedonia, por donde estuvo Diógenes con su linterna, por el templo del emperador Adriano y por los lugares en que Francisco de Asís, cansado de oírse llamar loco, se quitó sus vestidos y salió desnudo para demostrar que efectivamente si lo estaba. Estaría bien en su defecto unos días solitarios en la montaña o en el mar.
Sé que eso es mucho pedir y que no hay pasajes gratis aunque sí alfombras voladoras que me pueden llevar en un cerrar y abrir de ojos donde quiera; más los libros que son un horizonte abierto.
Podría pedirte bienes a mis males. O dotes de las cuales carezco o carecí. Pero considerarías una tontería desperdiciarlos en quien va de salida, siendo que hay tantos que entran. Podría pedirte que suprimieras mis errores, pero si eso hicieras ¿qué quedaría?
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Querido
L.:
No sigas. Me haces perder el tiempo. ¿Si no tienes nada que pedir, para qué me escribes? Además: ¿no estás redundando? Mira a tu alrededor y concéntrate.
Repasa cada encuentro, cada fin de semana, cada abrazo, cada beso, cada apretón de manos. Revisa lo que piensas y no dices. Te darás cuenta de lo que te he dado y qué razón tienes en no encontrar más que pedirme. A pesar tuyo, te he rodeado de amores inclaudicables.
Sé que tienes cosas para pedirme y hay cosas para darte: por algo soy dios. No harás la lista. Supones que yo sé. Hazla. No es malo pedir ni ambicionar. Pero te propongo considerar retomar de ti mismo y regalarte: algunas sonrisas, algunos afectos, algunos gestos cómplices, silencios y palabras. Le darás lo mismo a quienes te rodean y encontrarás con ello el poquito de paz que es todo lo que sé reclamas a los vientos.
No desconfíes: no faltará una cosa pequeña bajo tu almohada el día de Navidad. Por aquí hay además algunos que hablan bien de ti.
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