Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
He amanecido pocas veces en Cali. Una de ellas en su mejor hotel, al despertar y abrir las cortinas de una alcoba perfectamente aislada y climatizada, eran las dos de la tarde. Pero otras veces recuerdo la tibieza del amanecer, un poco de brisa meciendo los almendros y una cierta luminosidad muy especial que tiene la ciudad. Un algo que invita a no quedarse en cama. A salir a buscar un jugo de naranja y caminar por las calles vacías antes de que el sol haga reverberar el viento.
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