Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

octubre 11, 2014

Puentes




Luis Fernando Gutiérrez-Cardona



Puentes: ¿quien no hizo uno en su niñez apoyando una tabla en dos piedras y parándose luego en ella en precario equilibrio contemplando el mundo desde la altura de unos cuantos centímetros?

Puentes que eran solo un tronco entre las orillas de una pequeña ondulación del terreno en la manga vacía del frente de la casa o puente caminero de la niñez sobre una apenas pretenciosa corriente de agua que llamábamos ya, rio.

Puentes esos de madera de los que había dos en mi pueblo: uno arriba en El Bosque y otro un kilómetro más abajo, que se llevó un dia la creciente. Y por las salidas del pueblo uno apoyado de un lado en una inmensa roca sobre la cual, para mayor protección, pusieron una imagen de la virgen; y en la otra punta uno de madera que flotaba sobre la quebrada del Centro, con huecos perfectos hechos en las tablas para que saliera el agua lluvia, tablas sobre las que de niño me tiré de bruces a mirar por ellos imaginando sabe dios que cosas cuando aún no era consciente del todo.

Después los puentes de piedra hechos por mi padre para pasar el charco, que servian al mismo tiempo para represarlo. Y aquellos colgantes, verdaderamente colgantes basculados por el viento, que pasabamos al trote muertos de la risa mucho, muchísimo antes de saber que existía un efecto llamado resonancia que hacia tal cosa peligrosa.

Puentes por los que pasabamos a caballo rumbo a las tierras ancestrales: apenas un par de guaduas como piso y dos más, delgadas, que hacían de pasamanos y ponían también un límite a las cargas, por los que las que las bestias se atrevían, nerviosas.

Luego la vida, los viajes, los puentes grandes y pequeños meros elementos utilitarios: el que pasaba el rio Magdalena en La Dorada tenía que ser el más grande del mundo. De mundo nuestro pero terminé recorriendo, alucinado, el más grande del mundo en ese entonces, el que atraviesa el lago
Pontchartrain cerca de New Orleans que mide 38 kilómetros de largo.

Puentes: estructuras mágicas que sirven apenas, así secillamente, para pasar el obstáculo. Para jugar algunas veces meciéndolas para causar miedo. Pero mágicas porque se ven flotando en el espacio como sostenidas de la nada o como sosteniéndola. Arcos milenarios, cuerdas de fibras vegetales luego reemplazadas por acero sostienen plataformas para cruzar. Los hacen de bloques de arcilla, de piedras apiladas, de mármol, de madera, de bejucos, de cualquier cosa. Alejandro, los Cartagineses, los Romanos usaron elefantes como puentes. Las guerras se ganaban al ganar los puentes.

Son bellos cuando están en actividad pero nada iguala la imagen de un puente solitario. Se ven entonces importantes, imponentes y también un poco tristes. Con frecuencia mientras se viaja por sobre ellos no se es consciente de la estructura que hay en sus extremos, de su resistencia o de que quizás es el aire que los sostiene en medio de ellos. Y qué curioso es mirarlos por debajo ¿qué habrá allí nos preguntamos? ¿Y sus sonidos? ¿Y sus movimientos? Cada uno tiene su particularidad. Es hermoso transitarlos a pie por los costados mientras los vehículos pasan raudos por el centro.

Nuestros propios pies son puentes.
Todo está hecho de puentes, los pisos de los edificios no son otra cosa que puentes. La cama es uno. Las personas son puentes también.
El universo es un enorme puente de materia oscura en el que conviven las galaxias con el todo y con la nada. Mi padre era puente. Mi madre era columna y también fue puente.

Somos puentes sobre los que transitan otros, lo son aquellas personas que amamos y también las que no. Y los puentes que construimos con nuestras ideas y nuestro pensamientos. Cada vez que nos miramos hay un puente. El primer toque,  las manos entrelazadas son puentes por los que cruzan de lado a lado energías de amor que concluyen también cuando dejan de unirse. Y las palabras y los besos.

La vida es el puente que une el punto de llegada con el de partida a través del vacío. O el de partida con el de llegada, no lo se muy bien. Es un puente mi cuerpo que recorrías entonces con tu aliento. Era un puente tu cuerpo y lo es, lo sigue siendo, tu alma ahora intransitable.



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