Epicuro

"Haec, inquit, ego non multis, sed tibi; satis enim magnum alter alteri theatrum sumus. "
Epicuro

"Cerca de mi no hay más que lejanias."
Antonio Porchia

enero 15, 2015

Hic transit gloria mundi - Tortura de Cuauhtémoc

Diego Rivera - Tortura de Cuauhtémoc


CÓMO GONZALO DE SANDOVAL ENTRÓ CON LOS DOCE BERGANTINES A LA PARTE QUE ESTABA GUATEMUZ Y LE PRENDIÓ

Viendo que no quería paces ningunas Guatemuz, mandó [Cortés]a Gonzalo de Sandoval que entrase con los bergantines en el sitio de la ciudad a donde estaba retraído con toda la flor de sus capitanes y personas más nobles que en todo Méjico había. Cortés se subió en el cu mayor del Tatelulco para ver cómo Sandoval  entraba con esos bergantines.

Como Sandoval entró con gran furia con los bergantines en aquel paraje donde estaban las casas de Guatemuz, cuando se vio cercado Guatemuz tuvo temor no le prendiesen o matasen, y tenía aparejadas cincuenta grandes piraguas con buenos remeros para, en viéndose en aprieto, salvarse e irse a meter en unos carrizales. Asimismo tenía mandado a unos capitanes y a la gente de más cuenta que consigo tenía en aquel baluarte de la ciudad que hiciesen lo mismo.

Como vieron que les entraba entre las casas, se embarca en las cincuenta canoas, y ya tenía metido su hacienda, oro y joyas y toda su familia y mujeres, y se mete en ellas y tira por la laguna adelante, acompañado de muchos capitanes. Como en aquel instante iban muchas otras canoas, llena la laguna de ellas, y Sandoval luego tuvo noticia de que Guatemuz iba huyendo, mandó a todos los bergantines que dejasen de derrocar casas y barbacanas, y siguiesen el alcance de las canoas y mirasen que tuviesen tino a qué parte iba Guatemuz.

A un García Holguín, amigo de Sandoval, que era capitán de un bergantín muy suelto y gran velero, y traía buenos remeros, le mandó Sandoval que siguiese a la parte que le decían que iba con sus grandes piraguas Guatemuz huyendo; y le mandó que si le alcanzase, no le hiciese enojo ninguno, más de prenderlo; y Sandoval siguió por otra parte con otros bergantines que le acompañaban. Quiso Dios Nuestro Señor que García Holguín alcanzó a las canoas y piraguas en que iba Guatemuz, y en arte de él y sus toldos y asiento en que iba, le conoció que era el gran señor de Méjico. Hizo señas que aguardasen y no querían aguardar, e hizo como que le querían tirar con las escopetas y ballestas. Guatemuz cuando lo vio, hubo miedo y dijo: No me tire, que yo soy el rey de esta ciudad y me llaman Guatemuz. Lo que te ruego es que no llegues a cosas mías de cuantas traigo, ni a mi mujer ni parientes, sino llévame luego a Malinche. Como Holguín le oyó, se gozó en gran manera y con mucho acato le abrazó y le metió en el bergantín a él y a su mujer y a treinta principales y les hizo sentar en la popa en unos petates y mantas, y les dio de lo que traían para comer, y a las canoas donde llevaban su hacienda no les tocó en cosa ninguna sino que juntamente las llevó con su bergantín.

En aquella sazón Gonzalo de Sandoval había mandado que todos los bergantines se  recogiesen, y supo que Holguín había preso a Guatemuz y que lo llevaba a Cortés. Cuando aquello oyó, da mucha prisa en que remasen los que traía el bergantín en que él iba. Alcanzó a Holguín y le demandó el prisionero. Holguín no se lo quiso dar, porque dijo que él le había preso y no Sandoval. Sandoval le respondió que así es verdad,  mas que él es el capitán general de los bergantines y García Holguín iba debajo de su mando y bandera, y que por ser su amigo le mandó que siguiese tras Guatemuz, porque era más ligero su bergantín, y le prendiese, y que a él, como general, le había de dar el prisionero; y Holguín todavía porfiaba que no quería.

En aquel instante fue otro bergantín a gran prisa a Cortés a demandarle albricias, que estaba muy cerca en el Tatelulco, mirando desde lo alto del cu cómo entraba Sandoval. Entonces le dijeron la diferencia que traía con Holguín sobre tomarle el prisionero. Como Cortés lo supo, luego despachó al capitán Luis Marín y a Francisco Verdugo que llamasen a Sandoval y a Holguín, así como venían en sus bergantines, sin más debatir, y trajesen a Guatemuz y a su mujer y familia con mucho acato, porque él determinaría cuyo era el prisionero y a quién se había de dar la honra de ello.

Entre tanto que le llevaron mandó aparejar un estrado lo mejor que en aquella sazón se pudo hacer con petates, mantas y asentaderas; y mucha comida de lo que Cortés tenía para sí. Luego vinieron Sandoval y Holguín con Guatemuz, y le llevaron entrambos capitanes ante Cortés.

Cuando se vio delante de él, le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó y le hizo mucho amor a él y a sus capitanes. Entonces Guatemuz dijo a Cortés: Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad, y no puedo más, y pues vengo por fuerza, y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cintura y mátame luego con él.

Cuando esto le decía, lloraba muchas lágrimas y sollozos, y también lloraban otros grandes señores que consigo traía. Cortés le respondió con doña Marina y Aguilar muy amorosamente, y le dijo que por haber sido tan valiente y volver por su ciudad, le tenía en mucho más su persona, y que no era digno de culpa ninguna, que antes se le ha de tener a bien que a mal. que pues ya es pasado lo uno y lo otro, no hay remedio ni enmienda en ello, que descanse su corazón y el de todos sus capitanes, y que él mandará a Méjico y a sus provincias como de antes. Guatemuz y sus capitanes dijeron que no tenían en merced. Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes señoras mujeres de otros capitanes que le habían dicho que venían con Guatemuz, y el mismo Guatemuz respondió y dijo que había rogado a Gonzalo de Sandoval y a García Holguín que las dejasen estar en las canoas donde venían hasta ver lo que Malinche les mandaba.

Luego Cortés envió por ellas, y a todos les mandó dar de comer lo mejor que en aquella sazón había en el real, y porque era tarde y comenzaba a llover, mandó que se fuesen a Cuyuacán, y llevó consigo a Guatemuz y a toda su casa y familia, y a muchos principales.

Se prendió a Guatemuz y a sus capitanes en trece de agosto, a hora de vísperas, en día de señor San Hipólito, año de mil quinientos veintiuno. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen María su Bendita Madre. Amén.

Llovió y relampagueó y tronó aquélla tarde, y hasta media noche mucho más agua que otras veces. Desde que se hubo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre llamado encima de un campanario y tañasen mucha campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de tañer. Esto digo porque todos los noventa y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y voces, unos capitanes mejicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en las calzadas, y otros llamando a los de las canoas, que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en los puentes, y otros en hincar palizadas y abrir y ahondar las aberturas de agua y puentes,  y hacer albarradas, otros en aderezar barra y flecha, y las mujeres en hacer piedras rollizas para tirar con las hondas.

Pues desde los adoratorios y torres de ídolos los malditos atambores y cornetas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar. De esta manera de noche y de día teníamos el mayor ruido, que no nos oíamos los unos a los otros, y después de preso Guatemuz cesaron las voces y todo el ruido. Por esta causa he dicho, como si de antes estuviéramos en el campanario.

Digamos de los cuerpos muertos y cabezas que estaban en aquellas casas adonde se había retraído Guatemuz. Digo que juro, amén, que todas las casas y barbacanas de la laguna estaban llenas de cabezas y cuerpos muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba, pues en todas las calles y en los mismos patios del Tatelulco no había otra cosa, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos.

Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si fue más mortalidad que ésta, no lo sé cierto, porque faltaron en esta ciudad tantas gentes, guerreros de todas las provincias y pueblos sujetos a Méjico, que allí se habían acogido. A esta causa luego como se prendió Guatemuz cada uno de los capitanes nos fuimos a nuestros reales, y aun Cortés estuvo malo del hedor que le entró en las narices y el dolor de cabeza en aquellos días que estuvo en Tatelulco. Como había tanta hedentina en aquella ciudad, Guatemuz rogó a Cortés que diese licencia para que todo el poder de Méjico que estaba en la ciudad se saliese fuera por los pueblos comarcanos, y luego les mandó que así los hiciesen. En tres días con sus noches en todas tres calzadas, llenas de hombres, mujeres y criaturas, no dejaron de salir, y tan flacos y amarillos y sucios y hediondos, que era lástima verlos.

Como la hubieron desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad, y veíamos las casas llenas de muertos, y aun algunos pobres mejicanos entre ellos que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los cuerpos flacos que no comen sino hierba. Hallóse toda la ciudad como arada y sacadas las raíces de las hierbas que habían comido, y cocidas hasta las cortezas de algunos árboles. Agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. No comían las carnes de sus mejicanos, si no eran de los nuestros y amigos tlascaltecas que apañaban. No se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese el hambre y sed y continuas guerras como ésta.

Ahora que estoy fuera de los combates y recias batallas que con los mejicanos teníamos de día y de noche, por lo cual doy muchas gracias a Dios que de ellas me libró, quiero contar una cosa que me acontecía después que vi sacrificar y abrir por los pechos sesenta y dos soldados que llevaron vivos de los Cortés y ofrecerles los corazones a los ídolos. Como cada día veía llevar a sacrificar a mis compañeros y había visto cómo les aserraban por los pechos y sacarles los corazones bullendo, y cortarles pies y brazos y se los comieron a los sesenta y dos que he dicho, temía yo que un día que otro me habían de hacer lo mismo, porque ya me habían asido dos veces para llevarme a sacrificar, y quiso Dios que me escape de su poder. Acordándoseme de aquellas feísimas muertes, y como dice el refrán que cantarillo que muchas veces que va a la fuente etcétera, siempre desde entonces temí la muerte más que nunca. Esto he dicho porque antes de entrar en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y encomendándome a Dios y a su bendita madre y entrar en las batallas era todo uno, y luego se me quitaba aquel pavor.

DE LO QUE CORTÉS MANDÓ QUE SE HICIESE DESPUÉS DE GANADA LA MUY GRAN CIUDAD DE MÉJICO.

La primera cosa mandó Cortés a Guatemuz que adobasen los caños de agua de Chapultepeque, según y dela manera que solían estar, y luego fuese el agua para sus caños a entrar en la ciudad de Méjico; que limpiasen todas las calles de los cuerpos y cabezas de muertos y que los enterrasen, para que todos los puentes y calzadas las tuviesen muy bien aderezadas como de antes estaban, y que los palacios y casas los hiciesen nuevamente, y que antes de dos meses se volviesen a vivir en ellos y les señaló en qué habían de poblar y qué parte habían de dejar desembarazada para que poblásemos nosotros.

Se recogió todo el oro, plata y joyas que se hubo en Méjico, y fue muy poco, según pareció, porque todo lo demás hubo fama que lo había echado Guatemuz en la laguna, cuatro días antes que se prendiese. Además de esto que lo habían robado los tlascaltecas y los de Tezcuco, Huexocingo y Cholula.

Los oficiales de la hacienda del rey nuestro señor decían y publicaban que Guatemuz lo tenía escondido y que Cortés holgaba de ello porque no le diese y haberlo todo para sí, y por estas causas acordaron dar tormento a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo y gran privado. Ciertamente mucho le pesó a Cortés que a un señor como Guatemuz le atormentasen por codicia del oro, porque ya habían hecho muchas pesquisas sobre ello, y todos los mayordomos de Guatemuz decían que no había más de lo que los oficiales del rey tenían en su poder, que eran hasta trescientos ochenta mil pesos de oro.

Como los conquistadores que no estaban bien con Cortés vieron tan poco oro, y decían al tesorero Julián de Alderete que tenían sospecha que por quedarse con el oro Cortés no quería que prendiesen a Guatemuz, ni le prendiesen sus capitanes, ni diesen tormentos, porque no le achacasen algo a Cortés sobre ello y no lo pudo excusar, le atormentaron, en que le quemaron los pies con aceite y al señor de Tacuba.

Confesaron que cuatro días antes lo echaron en la laguna,así el oro como los tiros y escopetas, que nos habían tomado cuando nos echaron de Méjico. Fueron adonde señaló Guatemuz que lo habían echado, y entraron buenos nadadores y no hallaron cosa alguna. Lo que yo vi, que fuimos con Guatemuz a las casas en que solía vivir, y estaba una como alberca de agua, y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos dio Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor que eran del mismo Guatemuz. El señor de Tacuba dijo que él tenía en unas casas suyas que estaban de Tacuba obra de cuatro leguas, ciertas cosas de oro, que le llevasen allá y diría adónde estaba enterrado y lo daría. Fue Pedro de Alvarado y seis soldados, y yo fui en su compañía, y cuando allá llegamos dijo el cacique que por morirse en el camino había dicho aquello, que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas, y así nos volvimos sin ello.

Todos los capitanes y soldados estábamos algo pensativos desde que vimos el poco oro y las partes tan pobres y malas, y el fraile de la Merced, Pedro de Alvarado, y Cristóbal de Olid y otros capitanes dijeron a Cortés que pues había poco oro, que lo que cabía de parte a todos se lo diesen y repartiesen a los que quedaron mancos, cojos, ciegos y sordos, y otros que se habían tullido y estaban con dolor de estómago, y otros que se habían quemado con la pólvora, y a todos los que estaban dolientes de dolor de costado, que a aquellos les diesen todo el oro, y que todos los demás que estábamos algo sanos lo habríamos por bien. Esto que le dijeron a Cortés fue sobre cosa pensada, creyendo que nos diera más que las partes, porque había muchas sospechas que lo tenía escondido.

Lo que Cortés respondió fue que vería a cómo salíamos y que en todo pondría remedio. Y como todos los capitanes y soldados queríamos ver lo que nos cabía de parte, dábamos prisa para que se echase la quinta y se declarase a qué tantos pesos salíamos. Después que lo hubieron tanteado dijeron que cabían a los de a caballo a ochenta pesos, y a los ballesteros, escopeteros y rodeleros a sesenta o a cincuenta pesos que no se me acuerda bien. Y como aquellas partes nos señalaron, ningún soldado las quiso tomar. Entonces murmuramos de Cortés y decían que lo había tomado y escondido el tesorero. Alderete, por descargarse de lo que le decíamos, respondió que no podía más, porque Cortés sacaba del montón otro quinto como el de Su Majestad para él, y se pagaban muchas costas de los caballos que se habían muerto.

En todos tres reales y bergantines había soldados que habían sido amigos y peniaguados de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, de los que había pasado con Narváez, que no tenían buena voluntad a Cortés y le querían muy mal, y como vieron que en el partir del oro no les daba las partes que quisieran, no quisieron recibir lo que les daba.

Como Cortés estaba en Cuyuacán y posaba en unos palacios que tenían blanqueadas y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir en ellas con carbones y con otras tintas, amanecía cada mañana escritos muchos motes, algunos en prosa y otros en metros, algo maliciosos, a manera como pasquines.

En unos decía que el sol, la luna y las estrellas, y la mar y la tierra tienen sus cursos, y que si alguna vez salen más de la inclinación para que fueron creados más de sus medidas, que vuelven a su ser, y que así había de serla ambición de Cortés en el mandar, y que había de volver a su principio; y otros decían que más conquistados nos traía que la conquista que dimos a Méjico y que no nos nombrásemos conquistadores de la Nueva España, sino conquistadores de Hernando Cortés, y otros decían que no bastaba tomar buena parte del oro como general, sino parte como rey, sin otros aprovechamientos; otros decían:¡Oh que triste está la ánima mía hasta que le vuelva todo el oro que tiene tomado Cortés escondido! Y otros decían que Diego Velásquez gastó su hacienda y descubrió toda la costa del norte hasta Pánuco, y la vino Cortés a gozar y se alzó con la tierra y oro.

Cuando salía Cortés de su aposento por las mañanas y lo leía, y como estaban en metros y en prosas y por muy gentil estilo y consonantes cada mote y copla y lo que inclinaba y al fin que tiraba su dicho, y como Cortés era algo poeta y se preciaba de dar respuestas inclinadas para loar sus grandes y notables hechos, respondía también por buenos consonantes y muy a propósito en todo lo que escribía. De cada día iban más desvergonzados los metros y motes que ponían, hasta que Cortés escribió: Pared blanca, papel de encios; y amaneció escrito más adelante: Aun de sabios y verdades, y Su Majestad lo sabrá, de presto.

Cortés se enojó y dijo públicamente que no pusiesen malicias, que castigaría a los ruines desvergonzados.

Como Cortés vio que muchos soldados se desvergonzaban en demandarle más partes y decían que se lo tomaba todo para sí y lo robaba y le pedían prestado dineros, acordó quitar de sobre sí aquel dominio y enviar a poblar a todas las provincias que le pareció que convenía que se poblasen. A Gonzalo de Sandoval mandó que fuese a poblar a Tustepeque y que castigase a unas guarniciones mejicanas que mataron, cuando nos echaron de Méjico, setenta y ocho personas y seis mujeres de Castilla que allí habían quedado de los de Narváez, y que poblase a una villa que se puso por nombre Medellín; que pasase a Guazacualco y que poblase en aquel puerto. También mandó a un tal Pineda y a Vicente López que fuesen a conquistar la provincia de Pánuco, y mandó a Rodrigo Rangel que estuviese en la Villa Rica, y en su compañía a Pedro de Ircio; y a Juan Álvarez Chico a Colima y a un Villafuerte a Zacatula, y a Cristóbal de Olid que fuese a Mechuacán; y envió a Francisco de Orozco a poblar a Oaxaca.

En aquellos días que habíamos ganado Méjico, como lo supieron en todas estas provincias que he nombrado que Méjico estaba destruido, no lo podían creer los caciques y señores de ellas, como estaban lejanas y enviaban principales a dar a Cortés el para bien de las victorias y a darse por vasallos de Su Majestad, y a ver cosa tan temida como de ellos fue Méjico, si era verdad que estaba por el suelo, y todos traían grandes presentes de oro que daban a Cortés.

CÓMO CORTÉS Y LOS OFICIALES DEL REY ACORDARON ENVIAR A SU MAJESTAD EL ORO QUE LE HABÍA CABIDO DE SU REAL QUINTO DE LOS DESPOJOS DE MÉJICO

Alonso de Ávila había vuelto en aquella sazón de la isla de Santo Domingo, y trajo recaudo de lo que le habían enviado a negociar con la Audiencia Real y frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, y los recaudos que entonces trajo fue que nos daban licencia para poder conquistar toda la Nueva España, y herrar los esclavos y repartir y encomendar los indios como en las islas Española, Cuba y Jamaica se tenía por costumbre.

Como Cortés tenía a Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy bien con él, porque era servidor del obispo de Burgos, a esta causa siempre procuraba Cortés tenerle apartado de su persona. Cuando vino de este viaje, por contentarle y agradarle, le encomendó en aquella sazón Gualtitán y le dio ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos, y con el depósito del pueblo por mí nombrado, le hizo tan a su amigo y servidor, que le envió a Castilla y juntamente con él a su capitán de la guarda, que se decía, Antonio de Quiñónez.

Los cuales fueron por procuradores de la Nueva España y de Cortés, y llevaron dos navíos, y en ellos cincuenta y ocho mil castellanos, en barras de oro, y llevaron la recámara que llamábamos del gran Montezuma, que tenía en su poder Guatemuz y fue un gran presente en fin, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas y muchos chalchihuís, que son piedras finas como esmeraldas; también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en un cu y adoratorio en Cuyuacán, según y de la manera que eran otros grandes zancarrones que nos dieron en Tlascala; y llevaron tres tigres y otras cosas que ya no me acuerdo.

Con estos procuradores escribió el cabildo de Méjico a Su Majestad, y asimismo todos los más conquistadores escribimos juntamente con Cortés, fray Pedro Melgarejo y el tesorero Julián de Alderete, y todos a una decíamos de los muchos y buenos y leales servicios que Cortés y todos nosotros los conquistadores le habíamos hecho y a la continua hacíamos, y lo por nosotros sucedido desde que entramos a ganar la ciudad de Méjico, y cómo estaba descubierta la mar del Sur y se tenía por cierto que era cosa muy rica; y suplicamos a Su Majestad que nos enviase obispos y religiosos de todas órdenes; y le suplicamos todos a una que la gobernación de esta Nueva España que le hiciese merced de ella a Cortés, pues tan bueno y leal servidor le era, y a todos nosotros los conquistadores nos hiciese mercedes para nosotros y para nuestros hijos; y le suplicamos que no enviase letrados, porque entrando en la tierra la pondrían en revuelta con sus libros y habría pelitos y disensiones.

Pues Cortés por su parte no se le quedó nada en el tintero, y aun de manera hizo relación en su carta de todo lo acaecido, que fueron veintiuna planas, y porque yo las leí todas y lo entendí muy bien, lo declaro aquí como dicho tengo.

Dejemos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron nuestros procuradores después que partieron del puerto de la Veracruz, que fue en 20 de diciembre de 1522, y con buen viaje desembarcaron en el canal de Bahama y en el camino se les soltaron dos tigres de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros y acordaron matar al que quedaba porque era muy bravo y no se podía valer con él.

Fueron su viaje hasta la isla que llaman de la Tercera, y como Antonio de Quiñónez era capitán y se preciaba de muy valiente y enamorado, parece ser que se revolvió en aquella isla con una mujer, y hubo sobre ella cierta cuestión, y diéronle una cuchillada de que murió y quedó solo Alonso de Ávila por capitán.

Ya que iba con los dos navíos camino de España, no muy lejos de aquella isla topa con ellos Juan Floría, francés corsario y toma el oro y navíos, prende a Alonso de Ávila y llévale preso a Francia.

También en aquella sazón robó Juan Florín otro navío que venía de la isla de Santo Domingo, y le tomó sobre veinte mil pesos de oro y gran cantidad de perlas, azúcar y cueros de vaca, y con todo se volvió a Francia muy rico e hizo grandes presentes a su rey y al almirante de Francia de las cosas y piezas de oro que llevaba de la Nueva España.

Entonces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba a nuestro señor de estas tierras le podía dar guerra a su Francia, y aun en aquella sazón no era ganado ni había nueva del Perú, sino, como dicho tengo, lo de la Nueva España y las islas de Santo Domingo, San Juan, Cuba y jamaica; y entonces diz que dijo el rey de Francia, o se lo envió a decir a nuestro emperador, que cómo habían partido entre él y el rey de Portugal el mundo sin darle parte a él; que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán, si les dejó solamente a ellos por herederos y señores de aquellas tierras que habían tomado entre ellos dos y sin darle a él ninguna de ellas, y por esta causa era lícito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar.

Luego tornó a mandar al Juan Florín que volviese con otra armada a buscar la vida por la mar, y de aquel viaje que volvió, ya que llevaba gran presa de todas ropas, entre Castilla y las islas de Canaria, dio con tres o cuatro navíos recios y de armada, vizcaínos, y los unos por una parte y los otros por otra embisten con el Juan Florín y lo rompen y lo desbaratan, y préndele a él y a otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y ropa, y al Juan Florín y a otros capitanes llevaron presos a Sevilla y la Casa de la Contratación, y los enviaron presos a la Corte de Su Majestad; y en cuanto lo supo, mandó que en el camino hiciesen justicia de ellos, y en el puerto del Pico los ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y capitanes que lo llevaron, y el Juan Florín que lo robó.

Luego supimos en la Nueva España la pérdida del oro y riquezas de la recámara, y prisión de Alonso de Ávila, y de todo lo más aquí por mi memorado y tuvimos de ello gran sentimiento. Y luego Cortés con brevedad procuró haber y allegar todo el más oro que pudo recoger, y hacer un tiro de oro bajo y de plata, de lo que habían traído de Mechoacán, para enviar a Su Majestad, y llamóse el tiro Fénix.

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Bernal Díaz del Castillo -Fragmento-
*

No hay comentarios.: