Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
"Di que me amas. Di: «te amo»,/ dímelo por primera y por última vez./ Sólo: «te amo». No me digas cuánto./ Son suficientes esas dos palabras./"
Asi empieza un enorme poema de José Hierro. ¿Es posible hacerlo en estos tiempos? No. No es posible decirlo sin ofrecer una larga relación, siempre equivocada, de lugares comunes. No es posible sin tener en cuenta que más temprano que tarde habrá que arrepentirse de haberlo dicho y de haberlo explicado. Porque cada palabra será cobrada. Porque todas las expresiones serán comparadas con hechos que las desvirtúan, como si se pudiera desvirtuar la belleza de un amanecer por la tormenta que se desata al medio día.
Dí que me amas, reclama el poeta. Hoy todo parece empezar y terminar en ello. De tanto que se dice te amo, ha devenido en dos palabras huecas. Mis padres se amaban. Simple y sencillamente se amaban. Jamás les escuché decírselo, Jamás hasta cuando lo impuso la moda nos dijeron a sus hijos "yo te amo". Era asumido, era una verdad tan obvia que no había necesidad de andar diciéndola, o de exhibirla. Más bien creaban ciertos compromisos, cierta lástima orgullosa: "debes hacer esto, o no hacerlo, porque nosotros nos sacrificamos mucho por tí". Los hijos eran deudores.
Ellos, mis padres, se encontraron alguna vez en la plaza de ese pueblo donde ella había nacido y a donde a él lo trajeron, de lejanos lugares, las circunstancias y también el viento. Se enamoraron ¿se enamoraron? No lo sé, él tenía casi el doble de la edad de ella. Se casaron pronto y vivieron juntos una larga vida. Procrearon a lo largo de quince años y criaron sus hijos hasta la muerte pues nunca terminaron de hacerlo: siempre fuimos para ellos unos niños. Un dia uno y un día otro, tal como vivieron, pacíficamente y sin aspavientos, fueron llevados por la separadora a vivir la vida eterna en que creyeron sin duda ninguna.
Estaban unidos por la creación. Si, la creación de otros seres y el compromiso con ellos. Lo que correspondía hacer a cada uno estaba claramente establecido por las costumbres y por los usos.
Los últimos creadores, los procreadores últimos, no crean para amar sino para se amados. Los hijos son para tener a quien atender, para tener con quien tener obligaciones sin límites y para tener de quien depender. El hijo es un acreedor.
Las parejas no dependen uno de otro sino cada quien de si mismo y es consciente de ello. Es la comodidad, lo conveniente, el trabajo, la competencia y la incompetencia, es la lucha emocional, el reclamo y la frustración permanente, disimulado todo por actividades sociales, por tenencias o por las posesiones. Los vínculos jurídicos vienen dados por la ley y eventualmente se formalizan. La ley seguía al hecho, ahora lo precede. Los nexos emocionales salvan, con suerte, la cuesta día a día.
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