Cronos

Luis Fernando Gutiérrez-Cardona

"Lo que perfora no es

la insistencia del gotear,

sino una voluntad no reconocida

puesta en la gota"

Liliana Lukin

Me gusta escuchar a Kitaro. Despierta las circunvoluciones de mi cerebro y las agita. Me llena de espiritualidad y mueve en mí pensamientos elevados y también extraños.

Intento elaborar una teoría de los años. Empiezan a acumularse tantos en la persona que a fuerza de ser muchos se convierten en muy pocos. Los ojos, quizás desde que se abren a la luz, empiezan a desplazarse hacia la espalda. Muy lentamente primero, muy velozmente al final. Nos pesa y se hace más fuerte y presente el pasado que el propio presente. Nos hacemos viejos, como la luna, sin pasar antes por joven.

¿Cómo hacer muchos el poco de años que van quedando? Viviéndolos, es claro. Suelo repetir con insistencia la anécdota de Galileo al responder a sus setenta años a quienes le preguntaban por su edad: "Diez. Son los que tengo por vivir, los otros ya no los tengo". Él necesitaba los ojos adelante para ver el cielo por su telescopio. Los poderosos de la tierra los querían en su espalda para que no viera lo que no veían ellos. Veo cada vez menos mío lo que me rodea porque cada vez renunció más a verlo mío. Al mirar hacia atrás, que es donde miro, sé que ya no es mío lo que veo porque aunque lo sea se siente en los momentos de consciencia del presente que ya es diferente, que ya -entendido ese ya como ahora- es otra cosa. No son míos ni su piel, ni sus ojos ni sus labios. No son míos sus besos y sus palabras lejos de fluir dulces, se arrojan como dardos. Al tiempo se inventan herramientas que pueden acercar y alejan. "Mio" nos decíamos con convicción de eternidad.

Nos resignamos al traslado de los ojos a la parte de atrás porque en vez de hacer del pasado lo que es, un lugar de referencia, lo dejamos convertirse en lo que no es: un lugar de residencia.

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