La puesta del sol ayer fue llena de magia y de colores. Directo con rumbo occidente teníamos el sol de frente y a su izquierda la conjunción de Venus y Júpiter aun cercanos. Las montañas perfiladas contra el ocaso en amarillos que se desvanecen. Purpuras y sombras. Las pinturas de Mark Rothko puestas en el cielo en el enorme formato de todo el horizonte. Uno no tiene que pensar nada en esos instantes de belleza suprema. Mirar llena el cerebro. Se olvida la fatiga y se borra de golpe todo el tiempo. Se siente una total comunión con el ser y se agolpan las tristezas y las alegrías. Llegamos hasta Kingman -ya a unas ocho horas de la meta. Le descontamos otra hora a la vida, o mejor, se la agregamos. Anduvimos un poco de las calles que fueron la ruta 66 por donde caminó Jack Kerouac tomando notas para sus libros, es decir viviendo. Seria radicalmente diferente por allá en los años cuarenta, claro, un poblado poblado polvoriento. paradero de camioneros y de vagabundos con algunas cantina cerveceras, varones prontos a la aventura y chicas prontas al amor.
Terminamos buscando pollo del coronel mientras trapeaban el local... Diez minutos nos dio la empleada para que lo comiéramos allí pues llegamos -¿cuándo no?- sobre la hora del cierre. Por eso lo llame "pollo a la carrera" en medio de las risas. La mitad de lo que tenía la orden acabó en la basura sin tocarse por el afán, pero principalmente porque así es esta sociedad del desperdicio.
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