Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Desde la antiguedad las personas intercambiaban cosas hechas por ellas o recogidas en la naturaleza, a las que atribuían poderes mágicos. Quizás unas conchas marinas, unas piedras pulidas por el mar o unos cristales de colores. Tal vez un tejido o un collar de cuentas. Se daban como amuletos que comunicaban sentimientos de afecto a quien se entregaban.
Lo dado no es de quien lo da. Aislado, abalorio cuanto más, tiene valor de objeto inerte. Lo que es para quien no va dirigido. Cuando se da no se pretende tener un inventario a favor de cosas ni de afectos.
No se espera jamás que sean devueltos aunque hacerlo para alguien muy consciente sería una manera, válida si se quiere, de exorcizar los karmas: un peso menos en la espalda. O a la espalda.¿Para qué excavar los cimientos de un edificio viejo dado de baja ya por pérdida total, pronto a caer por su propio peso?Siempre habrá un abrazo desde el corazón. El único y verdadero amuleto que un ser da, porque retiene.
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