Poesia

 

Luis Fernando Gutiérrez-Cardona

Mi padre llevaba a casa unos libritos de forma alargada que producía no sé quién ni dónde, en un papel diferente al usual, de colores pastel y hermosa tipografía. Poesia. Los dejaba sobre su mesa de noche en aquella casa llena por sus ocho hijos que nos peleábamos por ellos y por los suplementos literarios que entonces tenían los periódicos. En ellos leí poesía por primera vez.

Pero era extraño pues mientras en el colegio los autores preferidos eran Marroquin, Valencia, Julio Flórez y Rash Isla —Gasté la ilusa juventud primera/esperando un amor que nunca vino,/y a la sombra de un árbol del camino,/me senté a ver morir la primavera—, papá sin decir nada nos llevaba a Amado Nervo, García Lorca, José Asunción Silva, León de Greiff, Quevedo, Góngora. A Cervantes poeta. Y a Barba Jacob a quien los curas miraban mal.

Un día dejó por ahí entre su novela Rizaralda, escrito entonces así con zeta, el poema de Arias Trujillo, incomprensible a mi edad de entonces, pero no apto para menores.

Hoy no hay quien robe libros de mi mesa de noche, pero allí están disponibles Pessoa, Whitman y Leonard Cohen.

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