Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
"Jamás, suceda lo que suceda,
Aceptar la servidumbre"
El
deseo de imponer un pensamiento único, la necesidad sentida por muchos en las
redes sociales de hacer que ellas en efecto sean una red, me parece una
perversión. Ya ensayan Google y Facebook herramientas para determinar la
conducta mediante algoritmos que me muestran, a voluntad de alguien sentado
frente a una pantalla en algún rincón de California, lo que debo saber, lo que
debo leer, lo que debo pensar, lo que puedo ver y lo que debo decir.
Entrar
a los llamados foros de los periódicos es entrar en una cloaca inmunda donde el
anonimato permite la exhibición descarada de lo peor de la naturaleza humana.
Opiniones expresadas en el más soez de los lenguajes, muchas de ellas vertidas
por sujetos pagados por la parte interesada.
Dos
casos recientes me hacen reflexionar. El discurso de Ingrid Betancur denostado
hasta la saciedad por quienes no leyeron ni uno de sus párrafos, y el secuestro
de Salud Hernández. Los insultos y los epítetos a las dos resaltan su característica
de mujeres y la bajeza con que algunos se refieren a ellas.
No
creo que nadie tenga el derecho de hacer llamados a que modifiquen sus
convicciones o su forma de expresarlas. Muchos estamos dispuestos a dejar la
piel frente al pelotón de fusilamiento en aras de lo que, creemos, es nuestra
libertad. Muchos están dispuestos a perderla en aras de una paz negociada de
rodillas con los que tienen armas y las usan para imponer violentamente su
argumento y tomar el poder mediante ellas. Pero por pensar como pienso no me
adjudico el derecho de insultar al otro como enemigo. Enemigo de la paz gritan
desde distintos flancos, amigo de la guerra; y del otro lado mamerto,
terroristas, o estúpidos.
Como
la división ayuda al régimen, nos veremos enfrentándonos, pero mi amigo, mi
hermano, mi compañero de trabajo contra mí y yo contra él.
En
alguna parte debe estar la razón y no en quien más poder tenga para imponerla.
La historia lo demuestra década por década.
No
hemos vivido todos los mismos tiempos ni de la misma manera. Neruda escribió
odas a Stalin que mató millones en sus gulags, y Borges recibió condecoraciones
de Pinochet. Edén voleaba el sombrero a Hitler mientras este se armaba y
engullía países como caramelos. Algo detuvo al gran mongol en las orillas del
Danubio. Napoleón quiso tomarse Moscú, Bolívar mandó matar a los pastusos y Pol
Pot llenó de calaveras los ríos de Camboya y consideró delito tener gafas o
haber pasado por una universidad.
Me
gusta el vaquero solitario que cabalga a su aire, con ropa o preferiblemente
sin ella, dejándose acariciar por el sol y por el viento, pero libre.
No
quiero que un sujeto que tiene alma de secuestrador, que ató por gusto durante
años a los árboles a hombres y mujeres en la selva, me haga una constitución.
Porque me opondré y no dudará en hacerme lo mismo.
Exponer
sin imponer, escuchar con los oídos y no con la lengua que se dispara feroz
antes que el otro termine su frase. Y si los políticos tienen las mayorías
suficientes para hacer lo que les da la gana, que hagan los cambios desde sus
curules si lo que propone el comunismo fracasado es tan bueno.
Pero
me temo que, desatada la lucha, pierda la vida en ella o termine quitándosela a
alguien.
La
idiosincrasia del colombiano no es sencilla ni es igual un costeño que un
caucano. Aquí se mata desde siempre. Mataron a Sucre, a Bolívar de pena moral
después de hacerle un atentado aupado por Santander cuyo ejemplo había de ser
seguido por los que mandaron matar a Alvaro Gómez ciento cincuenta años después
como para que se note que nada ha cambiado. El siglo XIX acabó en la llamada
guerra de los mil días y en el XX campeó la violencia política, la guerrillera,
la del narcotráfico y las autodefensas. Terminadas estas ahora se habla de
bandas criminales que doblegan al estado cuando les da la gana.
Aquí se mata fácil y la gente no se deja quitar nada. Nos gusta la iniciativa
privada. Los supermercados y las tiendas están abarrotadas de productos. Somos
desiguales y eso molesta, pero hay que ver cómo un barrio de casitas modestas
se transforma en un centro de vida y actividad por el esfuerzo propio en unos años.
Hay
quienes suponen que Colombia empezó el año 2002. Pero antes vimos desde el
bogotazo hasta la quema del palacio de justicia, desde el paro en el gobierno
de López, hasta la fuga de la catedral, desde el asesinato vil de José Raquel
Mercado hasta el de Luis Carlos Galán. Del infame estatuto de seguridad del
gobierno Turbay llegamos a los falsos positivos porque el propósito era el
mismo. Y no menciono al innombrable uno ni al innombrable dos porque son
innombrables. Pero uno sirvió al otro y de la misma manera en el sentido
contrario. Y se sirvió de él para ser engendrado.
La
raza de que nos habla Fernando González Ochoa no se dejará así no más. En ella manda el dios dinero desde la liguita que usaba Pablo Escobar para comprar al general y al sicario, hasta la mermelada con que se compra cualquier cosa desde el estado: medios y consciencias.
!Qué susto!
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