Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Hacía mucho tiempo no escuchaba un silencio tan ruidoso como el de esta noche entre las diez y las doce. Ni la respiración se oía, ni el tinitus de mi oído derecho estaba activo. Ninguna imagen cruzó mi mente y mi cuerpo estuvo extrañamente relajado. Todo se quedó quieto, además, en esta habitación que se hizo completamente oscura como si hubiese caído un telón negro frente a mis ojos y alrededor de toda ella, de tal manera que ni siquiera las lucecitas de los aparatos electrónicos fueron visibles. Había cierta paz. La del alma, inmóvil, que se despedaza y descompone.
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