Nos quedamos hablando de ese momento en que
ocurre que todo está ocurriendo sin que se sienta porque todo está ido, apartado. Ese
instante que tiene la duración que tiene que tener, y cae un
velo negro, blanco a la vez, oscuro, luminoso, lleno de colores hechos de nada. Transparente. Cuando dos se conectan absoluta y
totalmente con el universo. Las palabras, dice, tienen que
ser capaces de expresar lo que quiere, pero no
puede. Se ayuda con los brazos y con las manos.
Intentamos explicarlo en términos hormonales. ¿Qué nos pasa? ¿Cuáles son las
sustancias que intervienen y de qué manera? Son
oxitoxinas, serotoninas y otras de nombres extraños.
Se me ocurre, con seguridad ya lo han hecho, que eso vendrá
en pastillas. Que será posible comprar orgasmos conjuntamente
con las papas y las zanahorias si es que no las integran a las mismas. ¿Será por algo
así que tanta gente se droga?
La realidad esta ahí. Es nosotros diciéndose que nunca
que tuvimos sexo lo hicimos sin amor. Que procedimos en total
acuerdo con la naturaleza. Describirlo, explicarlo, se
limita a la imagen de lo que pasa en ese instante: su cabeza
apoyada en mis rodillas y la mía cerca de sus pies; los cuerpos arrojados, concedidos. Abandonados y desordenados.
La atmósfera se apoderará de nosotros en esa pausa que se requiere para que la piel tome su temperatura,
su consistencia, su sabor. También su compostura. Y para que retorne la razón. Seres, nada más que seres.
Lo que quise decir es que hay eso que es
morir de vida. Y que morir de vida es enloquecer.
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