Nocturno

Soy incapaz de alimentar los dos lobos de que habló el jefe Cherokee.  Contra su consejo, los dos son indispensable para sobrevivir en esta jungla.
Quedé mal hecho. No se pelear, ni defenderme, ni insultar. En cambio se callar.
Lo advertí demasiado pronto. Me enteré, así de sopetón, muy niño, qué era eso de vivir y vi lo que sobrevendría. Al rememorarlo las lágrimas saben igual que aquel día.
Mucho después el psiquiatra me preguntó: ¿Sabes qué te pasó? Le respondí que si, con tal firmeza y tal seguridad que él replicó: pocos lo saben. No me pidió, en ese momento, que se lo dijera.
"—Caminas, me dice, sobre castillos de naipes sin tumbarlos."
Eso quisiera, como el globo que se suelta al viento y se le sigue con la mirada poco tiempo, entre saltos y voces de alegría, y se le olvida pronto. O como esos barquitos que hacía mi padre volteando la hoja de un árbol que aseguraba con su propia flor, y los ponía en la corriente de aquellas quebradas ancestrales. Los seguíamos hasta la siguiente roca y nada más.

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