Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
Hace ocho años muchos tuvimos un sueño. Barack Obama ganaba la
presidencia. Fueron dos discursos impresionantes: el del día que ganó la
nominación del partido demócrata y el de este día en que ganó la elección. Quise ir a su
posesión y ser testigo de lo que supondría un verdadero viraje de la
política de USA frente al mundo. El discurso de ese Enero fue
una versión peluqueada de aquellos dos. Era uno dictado por lo
políticamente correcto, por las concesiones a lo establecido, por el
respeto al régimen, revisado y aprobado. Aún conservo,
debidamente resguardado, completo, el New York Times del día de la
posesión. Pretendí que iba a ser con los años una cosa histórica. No resultó así. El si se puede chocó con los fanatismos políticos. Obama
no pudo, ni en el frente interno ni en el frente externo, vencer los
poderes fácticos. Hoy la lucha se plantea entre dos agujeros negros, dos
candidatos que no despiertan emoción alguna. Salvo el odio que expresa
uno de ellos nada es memorable de la campaña. Dice odiar a los mexicanos, a los latinos, a los
inmigrantes, a los musulmanes; desprecia a las mujeres, admira a Putin,
roba en los impuestos. Si gana odiará a los mexicanos, echará los
latinos al mar empujándolos con buldozeres; previamente como esclavos, hará que le construyan una muralla china, a los inmigrantes los satanizarasi como a los musulmanes ; usará las mujeres
como quiera porque según él todas se rinden al poder, robará más, consolidará y aumentará su fortuna y hasta quizás abra algunos silos nucleares... Y no podrá
decirse nada porque eso fue lo que dijo que haría. Fue mejor tener ilusiones y
desilusionarse, que no tenerlas y temer.
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