Luis Fernando Gutiérrez-Cardona
En el verano del 2015 estuve en San Francisco.
Se trataba de ir a la Universidad de Stanford.
Desde Houston atravesamos el desierto de Arizona,
pasamos Nevada y recorrimos el Mojave.
Miles de millas. Siete mil kilómetros entre ida y vuelta.
¿Para qué decir las distancias
si la tierra es la que cubren nuestros pies?
Nada que ver en el camino;
la mirada en la carretera,
los oídos en los audífonos,
los ojos en las tabletas,
la mente en el pasado y el futuro,
el corazón adolorido.
Pero vi cada montaña de piedra.
Cada planicie interminable.
Cada nuevo horizonte al superar el previo.
Los interminables gusanos ferroviarios a los costados.
El viento caldeado.
El sol en su camino.
Como la totalidad y como la nada.
Como lo intrascendente del hombre y su grandeza.
¿Qué es el gran cañón si un hombre no se sobresalta al mirarlo? ¿Si no lo es grande para alguien?
¿Qué el desierto si no lo contemplo con el pensamiento a sabiendas de que millones de años atrás fue océano?
¿Y si no me sobresalta la luna que sale, qué cosa soy?
Y tu: ¿qué eres, si alguien no ve tu naturaleza humana, pegados de lo que haces, estudias, trabajas?
¿Qué?
¿Eres y soy solamente la imagen en un ordenador?
¿Qué es un hombre que se ve solo a si mismo?
"Para ser feliz basta no tener hambre y no tener sed."
Mas hoy, para matarme la ilusión y solo por matarla, me dicen que no busque flores en el desierto.
Cuando es alli en donde yo más las hallo.
Y no quiero perdérmelas.
No me las he perdido.
No ver flores en el desierto es como no ver palabras en el silencio.
§
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